Pues resulta que muchos de los que no se cansaban de encender y ensalzar la superioridad de España, muchos que cantaban victoria por anticipado, muchos que hablaban y hablaban de las excelencias de la escuadra de Vicente del Bosque, estaban con el miedo en el cuerpo antes de que empezara el partido contra Chile, se desasosegaban en el curso de los primeros veinte minutos cuando los andinos mostraban un generoso sentido de la anticipación y no dejaban armar el juego español y terminaron alabando el resultadismo -casi pidiendo la hora- cuando la impotencia de Suiza ante Honduras facilitaba el pase de unos y otros a la siguiente ronda.
Lo que son las cosas: la España favorita, la aspirante de verdad, la compuesta por jugadores de fichas multimillonaria, de anuncios publicitarios de todo tipo, no inspiraba confianza a quienes más la habían jaleado sobre el papel de las teorías filosóficas del toque y el retoque. Las dudas se apoderaron de los comentarios que presagiaban más complicaciones de las previstas. Por unos momentos se frenó el triunfalismo y hay que agradecerlo.
Menos mal que volvió Iniesta para contrastar que el fútbol es terrenal. Y que en un Campeonato Mundial las pamplinas apenas sirven para algo. Cuando el manchego movió la batuta, Chile empezó a resquebrajarse y el juego español tuvo más luces, aunque Torres tuviera otro día negado para amortiguar el peligro en las llegadas.
Villa hizo un gol de los suyos, con el valor añadido de lo que representa individualmente en la historia personal y en la de España en las citas mundialistas. La racha del barcelonista le sitúa como un atacante fuera de lo común, capaz de lo que sea, principalmente cuando mantiene la frescura y recibe en largo tras el desmarque que favorece las aperturas.
Después llegó el de Andrés Iniesta y se aclaró el panorama. También porque el defensor chileno Estrada hubo de marcharse al vestuario tras esa jugada primorosa del conjunto español. Jugada primorosa por la escasez de acciones brillantes. Curiosamente, el día de menos posesión, de menos ocasiones y de menos remates, España se iba a reposar con dos tantos de ventaja y la sensación de que la clasificación ya estaba lograda.
Claro que un tiro lejano de Millar desviado involuntariamente por Piqué, a poco de reanudarse el juego, echó pimienta al disminuido pote de la incertidumbre. El gol chileno replanteaba el partido pero Bielsa sólo tenía diez jugadores. La escuadra sudamericana pagó caro el precio de la agresividad -tres tarjetas amarillas en los primeros veinte minutos- y la expulsión de Estrada. Acreditó disciplina espartana e hizo sufrir y quebrar la filosofía del toque pero no resistó.
España se sacudió y retomó el mando. No se descompuso, acaso la mejor virtud de la jornada en que materializó su clasificación a octavos como primera del grupo, algo casi imposible después de la absurda derrota ante Suiza. Fábregas entró para controlar aún más el juego, mientras los chilenos perdían gas y se conformaban con el paso de las manecillas del reloj mientras llegaban noticias de que el suizo se atascaba sin remedio ante Honduras.
Así, los últimos diez minutos fueron los del conformismo recíproco, sabedores de que la mínima ventaja española les favorecía. El 2-1, en efecto, parecía colmar las aspiraciones de un grupo en el que todo estuvo muy complicado hasta la última jornada.
Ganó la España que vistió de azul y blanco para devolver la ilusión a un país pendiente del televisor y ahora de las pantallas gigantes que predominan en lugares emblemáticos de pueblos y ciudades. El juego de esa España empieza a ser lo de menos: ahora son finales, la primera contra Portugal. Sólo importa, sólo vale vencer.
A ver si lo entienden quienes, después de haber contribuido a que se disparara la euforia, almacenaron temor y vacilaciones.
¿No habían dicho que el fútbol es para hombres? ¿Y que no hay enemigo pequeño? ¿Y que son once contra once? ¿Y que hasta que no pite el árbitro el final no hay nada seguro?
Elemental, señores, elemental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario