La controversia que suscita la construcción de una infraestructura portuaria en Granadilla se acentuará considerablemente tras los meses veraniegos y a medida que se acerque la convocatoria electoral.
Los detractores no se han rendido; al revés, han perseverado pese a algún cambio de normativa y han logrado que no se apague la llama del descontento popular. El consenso político alcanzado entre los tres grandes partidos para la materialización del proyecto, plasmado en el propio acuerdo para la adjudicación de las obras -en el que hemos participado favorablemente, conste- ha dejado paso, a la espera de la interpretación y de la aplicación definitiva de resoluciones judiciales, a la dilación y la incertidumbre, probablemente la vía menos aconsejable pues se presume larga y de muy imprevisible final. A la defensa y protección del medio ambiente esgrimidas por los opositores, hay que sumar la inviabilidad material que aprecian otros, los vaticinios del hundimiento del puerto de Santa Cruz de Tenerife y hasta esa invisible presión de poderes fácticos de otra isla a los que no interesa -dicen los que alientan ese argumento, empecinados en el pleito interinsular- que el puerto de Granadilla sea un realidad.
Pero, bueno, se trata de condensar un planteamiento sobre las obras públicas en Tenerife que, históricamente, han tenido componentes polémicos y han sido costosas, muy costosas, no ya desde el plano inversor sino desde la misma tramitación. Algunas, desde luego, tuvieron que superar las sombras de dudas, las suspicacias, más o menos interesadas y significaron un considerable esfuerzo de responsables que llegaron a ser varios, por fortuna, todos continuadores de lo que en su día se inició y que arrancó como un hecho beneficioso para la isla y para su desarrollo económico y social.
Nos acordamos, por ejemplo, de la arena de Las Teresitas, traída del Sáhara. La capital necesitaba de una playa para disfrute de sus ciudadanos y para brindar un recurso más al turismo. En esa investigación histórica o periodística pendiente, sugerida por el profesor orotavense Evaristo Fuentes para éste y otros asuntos que siguen, aparecerían intentos de bloqueo, acabados irregulares y chanzas supuestamente propiciadoras del desprestigio en forma de aparición de alacranes.
Y es que los largos tentáculos del pleito dan para mucho. De la refinería se llegó a decir que Gran Canaria quería llevársela para su capital. A saber lo que pugnaron las respectivas oligarquías en una fase decisiva de la recuperación económica española y de la consolidación de los sistemas productivos insulares. También hubo sus más y sus menos con la construcción y posterior ampliación del aeropuerto de Los Rodeos, cuyo tiro de gracia impidió in extremis el político José Segura después de aquel desgraciado accidente de los ‘jumbo’ y cuando el flamante aeropuerto del sur empezaba a inclinar favorablemente la balanza para el avance de aquel polo en todos los órdenes. En la memoria, en fin, aunque más difusa, está también la polémica, alimentada desde posiciones muy divergentes, sobre la idoneidad de la ampliación del puerto santacrucero frente a la sede del Cabildo Insular.
Mal fario, incapacidad, complejos, victimismo, gestiones controvertidas, celos, recelos, desidia, demoras, boicot, leyendas urbanas, rivalidades absurdas, presupuestos insuficientes, afanes espurios... puede que de todo eso, un poco, haya habido en esos episodios comprimidos en este artículo periodístico. Es probable que alguien asegure que una maldición extraña pesa sobre los equipamientos y las dotaciones en una isla que, ahora mismo, afronta, en el conjunto de Canarias, una etapa plagada de incertidumbre en la que ha de decidir, entre otras cosas, sobre un nuevo modelo productivo en el que ya no se dependa de la construcción o del monocultivo histórico correspondiente.
A ver si aprendemos de la historia y cualquier cosa, cualquier iniciativa que se emprenda, cristaliza a base de imaginación, emprendeduría y esfuerzo colectivo. Tenerife, desde luego, tan afectada por la depresión como otros territorios, ha de ser consciente de que su futuro debe construirse muy al margen de los factores anteriormente reseñados.
Los detractores no se han rendido; al revés, han perseverado pese a algún cambio de normativa y han logrado que no se apague la llama del descontento popular. El consenso político alcanzado entre los tres grandes partidos para la materialización del proyecto, plasmado en el propio acuerdo para la adjudicación de las obras -en el que hemos participado favorablemente, conste- ha dejado paso, a la espera de la interpretación y de la aplicación definitiva de resoluciones judiciales, a la dilación y la incertidumbre, probablemente la vía menos aconsejable pues se presume larga y de muy imprevisible final. A la defensa y protección del medio ambiente esgrimidas por los opositores, hay que sumar la inviabilidad material que aprecian otros, los vaticinios del hundimiento del puerto de Santa Cruz de Tenerife y hasta esa invisible presión de poderes fácticos de otra isla a los que no interesa -dicen los que alientan ese argumento, empecinados en el pleito interinsular- que el puerto de Granadilla sea un realidad.
Pero, bueno, se trata de condensar un planteamiento sobre las obras públicas en Tenerife que, históricamente, han tenido componentes polémicos y han sido costosas, muy costosas, no ya desde el plano inversor sino desde la misma tramitación. Algunas, desde luego, tuvieron que superar las sombras de dudas, las suspicacias, más o menos interesadas y significaron un considerable esfuerzo de responsables que llegaron a ser varios, por fortuna, todos continuadores de lo que en su día se inició y que arrancó como un hecho beneficioso para la isla y para su desarrollo económico y social.
Nos acordamos, por ejemplo, de la arena de Las Teresitas, traída del Sáhara. La capital necesitaba de una playa para disfrute de sus ciudadanos y para brindar un recurso más al turismo. En esa investigación histórica o periodística pendiente, sugerida por el profesor orotavense Evaristo Fuentes para éste y otros asuntos que siguen, aparecerían intentos de bloqueo, acabados irregulares y chanzas supuestamente propiciadoras del desprestigio en forma de aparición de alacranes.
Y es que los largos tentáculos del pleito dan para mucho. De la refinería se llegó a decir que Gran Canaria quería llevársela para su capital. A saber lo que pugnaron las respectivas oligarquías en una fase decisiva de la recuperación económica española y de la consolidación de los sistemas productivos insulares. También hubo sus más y sus menos con la construcción y posterior ampliación del aeropuerto de Los Rodeos, cuyo tiro de gracia impidió in extremis el político José Segura después de aquel desgraciado accidente de los ‘jumbo’ y cuando el flamante aeropuerto del sur empezaba a inclinar favorablemente la balanza para el avance de aquel polo en todos los órdenes. En la memoria, en fin, aunque más difusa, está también la polémica, alimentada desde posiciones muy divergentes, sobre la idoneidad de la ampliación del puerto santacrucero frente a la sede del Cabildo Insular.
Mal fario, incapacidad, complejos, victimismo, gestiones controvertidas, celos, recelos, desidia, demoras, boicot, leyendas urbanas, rivalidades absurdas, presupuestos insuficientes, afanes espurios... puede que de todo eso, un poco, haya habido en esos episodios comprimidos en este artículo periodístico. Es probable que alguien asegure que una maldición extraña pesa sobre los equipamientos y las dotaciones en una isla que, ahora mismo, afronta, en el conjunto de Canarias, una etapa plagada de incertidumbre en la que ha de decidir, entre otras cosas, sobre un nuevo modelo productivo en el que ya no se dependa de la construcción o del monocultivo histórico correspondiente.
A ver si aprendemos de la historia y cualquier cosa, cualquier iniciativa que se emprenda, cristaliza a base de imaginación, emprendeduría y esfuerzo colectivo. Tenerife, desde luego, tan afectada por la depresión como otros territorios, ha de ser consciente de que su futuro debe construirse muy al margen de los factores anteriormente reseñados.
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