“Siempre,
mientras haya curiosidad, existirá el periodismo”, dijo en cierta
ocasión del periodista y escritor Manuel Alcántara, fallecido ayer
en Málaga a los 91 años. La frase se convirtió en axioma, claro.
Porque
Alcántara era un clásico, uno de los grandes, a quienes leíamos
con fruición en los años setenta, en la etapa de plena dedicación
al periodismo deportivo. Una crónica suya, en Marca,
era
como una suerte de antesala de literatura. La adjetivación, la
metáfora comprensible, la elegancia en la escritura eran cualidades
de quien aportaba originalidad y sello propio, especialmente en
disciplinas tan complejas como el boxeo. Junto a Fernando Vadillo,
Antonio Valencia y Jesús Fragoso del Toro, uno de los admirados
maestros. Y muy cerca de nosotros, un alumno aventajado, Antonio
Salgado Pérez (Ansalpe), autor de excelentes trabajos sobre el
pugilismo canario, que conocía al dedillo.
“El
poeta que abandonaba el verso para bajar al ring a escudriñar
historias con su estilo propio”, le definió Enrique Delgado Sanz,
en un despacho de la agencia Efe
en
ocasión de la presentación de la obra La
edad de oro del boxeo (Libros del KO), coordinado
por los periodistas Teodoro León y Agustín Rivera. “El buen
cronista convierte el episodio en mitología y Manuel Alcántara
transformaba el boxeo en un poema homérico”, dijo a propósito
Juan Soto Ivars, en elconfidencial.com.
Agustín
Rivera, precisamente, señaló que Alcántara “escribía sus
crónicas con un solo guante”, afirmación que le permitía
distinguirle de otros cronistas, acaso menos apasionados, pues “no
se cegaba con patriotismos y siempre esgrimía la justicia, hasta
contra sus amigos boxeadores”. Y es que el periodista, cuando
comenzó con sus reseñas pugilísticas, ya era Premio Nacional de
Literatura.
En
febrero de hace dos años, un día después de aquella frase,
publicábamos aquí mismo una entrada que parcialmente reproducimos:
“Bueno,
pues ese Manuel Alcántara propinó entonces un sutil golpe, con un
solo guante, un uppercut
certero
invitándonos a la curiosidad para mantener encendida la llama del
periodismo, sometida a casi todos los soplos que en el mundo han sido
-el último, el del mismísimo presidente de los Estados Unidos- para
sufrir el apagón, pero nunca el tiro de gracia. Y para ello, insiste
en la función de formar, tan importante como la de informar, seguro
que con la intención de cultivar intelectos sanos, interesados
(curiosos) y críticos.
Fue
la cuentista y poeta norteamericana Dorothy Parker la que sentenció
que “la curiosidad no se cura con nada”, aunque Pedro Almodóvar
es quien se enorgullece de que la naturaleza le haya dotado de “una
curiosidad irracional hasta para las cosas más nimias... La
curiosidad es lo único que me mantiene a flote”. Seguro que el
maestro Alcántara brindaría con la afirmación de Parker y si bien
igual no comparte la irracionalidad de la que habla el cineasta, lo
importante es que los propios cambios que están produciéndose en
los medios de comunicación, en un frenético devenir, deben ser
examinados con curiosidad, pues tal como ha señalado, “en este
oficio hay que renovarse diariamente”.
Ya
saben: cultivando la curiosidad para que el periodismo sea eterno.
Nada mejor que un poema del autor malagueño (Si
vivir consistiese en darse cuenta)
para
entenderlo:
Si
vivir consistiese en darse cuenta,
ganar
el corazón, perder el hilo,
mostrarle
el pasaporte a los espejos,
ponerse
a hablar de usted consigo mismo,
volver
por las aceras sin memoria,
demorarse
en los labios conocidos,
si
vivir fuera sólo estar sobrando,
estar
de más, estar más que perdido,
saber
que no hay remedio, que los dioses,
famosos
por sus sombras y sus signos,
ya
planearon sus crímenes perfectos,
sus
crímenes sin rastro y sin motivo,
si
vivir consistiera en aquel tiempo
en
el que no queríamos morirnos,
si
vivir fuera ser un extranjero
que
llega a amar mucho a un país distinto,
si
vivir no tuviese consistencia,
sólo
un momento dado y no pedido,
si
los muertos se mueren, que se mueren,
nadie,
nunca jamás, estuvo vivo”.
Adiós
al maestro Alcántara, que una vez le precisó a Jorge Valdano que lo
del miedo escénico lo había acuñado Borges. En su edición de
ayer, la versión digital del diario marca.com
reprodujo
en su portada un magistral comentario titulado “Los dos son
campeones”, alusivo al célebre combate entre Pedro Carrasco y el
paisano Miguel Velázquez, con el título europeo de los ligeros en
juego, “el más dramático que hayamos presenciado en muchos años”.
Es imposible resistirse a esta descripción:
“Los
golpes restallaban en los rostros macerados, suenan con un chapoteo
bermellón, van y vienen en busca de todos los puntos posibles de la
anatomía del adversario. Ambos boxeadores ven a través de sangre y
el contrario es para cada uno de ellos un inabatible fantasma
colorado...”.
Adiós
y gracias por tantas enseñanzas.
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