Pues pasó. Ocurrió que el PSOE fue el partido más votado y
Pedro Sánchez fortaleció su liderazgo, a un mes de otros comicios. Un registro
histórico de participación acredita que los españoles fueron sensibles y
quisieron ser sujetos activos de sus destinos en una nueva etapa plagada de no
menos incertidumbres.
Sobre el papel, ganó la democracia pero… flota una cierta
amargura con el resultado de la extrema derecha. Menos mal que es inferior a
las expectativas y a algunas predicciones demoscópicas. Pero llama la atención
que, a estas alturas, haya concentrado esos apoyos electorales una opción de
cuyas convicciones democráticas cabe dudar. Tan solo escuchar el discurso
guerracivilista es para preocuparse, cuando menos.
El roto está en el derechío conservador. Mucho y bien tendrán
que pensar y actuar a ver cómo recomponen el maltrecho escenario. En el fondo,
es como si ahora la ciudadanía castigó la corrupción de la etapa anterior. En
las urnas no había tenido opción de hacerlo. Aznar ya sabe lo que tiene que hacer,
sobre todo cuando Rivera, anoche mismo, se lanzó a por todas: el espacio para
encabezar la alternativa. Pero su posición con la extrema derecha debe ser
nítida y firme. Que mire el crecimiento indiscutible de los nacionalismos, otro
de los hechos sobresalientes de la jornada electoral.
Comienza el juego de los pactos. Que dará para mucho, aunque
habrá que aguardar a las elecciones europeas, autonómicas y locales para su
concreción. Y a otros acontecimientos quizá no tan domésticos pues van labrando
una tensión política, inquietante para el futuro que se avecina.
Nada, no desconecten que llega mayo y la campaña, con otros
protagonistas y con escenarios ampliados, se reanuda.
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