lunes, 8 de abril de 2019

CONVIVENCIA ADECUADA

Hasta no hace mucho tiempo, se hablaba de turismofobia, el rechazo social al turismo, para definirla en pocas palabras. En su obra Tendencias del turismo 2009-2013 (Kindle), el periodista Xavier Canalis afirmaba que en varios destinos turísticos, la actividad del sector empezaba a ser percibida por los nativos como una especie de amenaza para su estilo de vida. Después de contrastar opiniones de expertos, Canalis plantea que la turismofobia surge al quebrarse el equilibrio o la capacidad de carga de un destino teniendo en cuenta que la población local y los visitantes han de compartir recursos limitados, el mismo espacio público, servicios y otras utilidades.

Cuando parece que el fenómeno ha remitido, la Organización Mundial del Turismo (OMT) convocó un foro en Lisboa (Portugal), bajo el título “Ciudades para todos: construyendo ciudades para ciudadanos y visitantes”, para tratar la convivencia entre residentes y turistas que, en efecto, ha atravesado por fases de tensión en momentos determinados. La organización es claramente partidaria de impulsar una adecuada convivencia entre ambas partes.

“Que no se creen barreras entre residentes y quienes son visitantes”, dijo el alcalde de la capital portuguesa, Fernando Medina. “La experiencia de los turistas debe ser lo más agradable posible y al mismo tiempo los ciudadanos no han de sentir la presencia de visitantes como algo que les excluye de la ciudad sino como algo que puede ser compartido”, reflexionó el ministro de Economía de Portugal, Pedro Siza Vieira.

Los dos pensamientos anteriores convergen en la importancia del turismo como industria productiva y como dinamizador económico, a la vez que factor integrador de la convivencia y de las relaciones sociales. Ya lo palpan así en Buenos Aires (Argentina) como puso de manifiesto en la reunión de Lisboa el secretario de Estado de Turismo del país criollo, Gustavo Santos. “Ya estamos comenzando a sentir la presión turística”, dijo. Argentina registró en 2018 siete millones de visitantes extranjeros, cantidad sensiblemente inferior a los de países de la Unión Europea (UE), pero la primera entre las naciones del entorno suramericano. Reconocer los síntomas de esa presión, sobre el papel obligará a los argentinos a hacer previsiones y adoptar medidas encaminadas a evitar males mayores.

El turismo tiene algunos impactos negativos, cierto. Pero no puede negarse que es un sostén muy importante de la productividad económica. En España, números relativos, significa el 11 % del Producto Interior Bruto (PIB) y proporciona empleo a un 10 % de la población. Nuestro país ha vivido tiempos de auténtica bonanza, beneficiada, si si se quiere, por la situación que se ha vivido en destinos emergentes o competidores. Los récords son difícilmente igualables. Está claro que España, en el plano internacional, ocupa un lugar destacadísimo, turísticamente hablando. En efecto, la evolución de la actividad turística se traduce en beneficios para el país y para el sector.

Pero, como es natural, se ido gestando un cierto rechazo en determinados destinos, sentimiento cuya capacidad de contagio es verdaderamente inquietante. Claro que hay que distinguir entre dos situaciones: una, cuando se constata un cierto equilibrio entre las comunidades nativa y visitante, casi hasta producir una cierta fusión o una convivencia natural tendente a la integración. Entonces, se da una clara apreciación de los beneficios por parte de los residentes que termina ignorando o sobrellevando los efectos negativos. La otra: hay una capacidad de carga en todo destino turístico. Al superarla, se nota y se padece los problemas derivados. Ahí radica la génesis del rechazo. Y entonces, hay que hacerse cargo de lo que inspira esa actitud y de la necesidad de corregir lo que sea para superarla.

A ver qué aporta la OMT tras el foro de Lisboa, tras esa conclusión de convivencia adecuada entre las partes y con la que estamos plenamente de acuerdo.

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