jueves, 4 de abril de 2019

LA CONSTANCIA DE SANTIAGO PÉREZ


La frase es del poeta y crítico literario Arturo Graf: “La constancia es la virtud por la que todas las demás dan su fruto”. Se le puede aplicar a Santiago Pérez García, político y profesor universitario. Ahora que se sigue concatenando las consecuencias del caso Las Teresitas, la constancia de Pérez fue determinante para llegar al final -¿el final?- y contrastar los valores de su iniciativa, tomada cuando era secretario general de los socialistas tinerfeños, cuando, comprobando que se agotaba sin fruto la vía política decidió residenciar el asunto en los tribunales de justicia para esclarecer los entresijos y las irregularidades de una operación urbanística claramente especulativa, coloquialmente calificada para los restos como “un pelotazo de libro”.
¿Un justiciero empecinado? Ni mucho menos. Quienes así opinen, seguro que desconocen la personalidad de Santiago Pérez, al que animaba -como en otras causas- la defensa de los intereses generales. El político no es de los que se arrugan ante las adversidades. Interpretó que, bajo su responsabilidad, debía evitar que su partido se viese involucrado en un asunto demasiado turbio, como la justicia se ha encargado de resolver.
Dotado para la política, su ideología progresista, bien sustanciada, le permitió salir airoso en no pocos debates. Estudioso a fondo de los asuntos que habría de afrontar, procuraba dejar para la improvisación los pormenores justos. Bregado en responsabilidades de todas las escalas de la Administración, no le ha molestado el fragor del cuerpo a cuerpo. Sus críticos le reprochaban la visceralidad y hasta una cierta obcecación, aunque ésta no obedeciera a episodios de ceguera mental. ¿Obstinación? Es seguro que muchas personas, compañeros y adversarios políticos, hayan descubierto tal circunstancia en su comportamiento y en algunas de sus decisiones.
Pérez ha sido constante, nadie puede ponerlo en duda. Y menos ahora. A sabiendas de los costes de aquella doble decisión que significaba tratar de impedir el apoyo de los socialistas del ayuntamiento capitalino a aquella operación y promover la denuncia que quedaría residenciada en los tribunales, perseveró porque creía razones suficientes para hacerlo. Era desagradable, claro que sí. La determinación significó una fractura de marca mayor para los socialistas de Tenerife. Luego, como la política es sangre que corre por las venas, se salió de la organización -sin dejar de sentirse socialista, como él mismo confiesa- y siguió desenvolviéndose en los intrincados avatares del municipalismo lagunero.
Pero no tiene espíritu de justiciero ni de artífice. Es así: sobre todo, constante. Le apasiona hacer las cosas bien y las cosas justas. Eso, en su ámbito, no es fácil, desde luego.

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