César Manrique hubiera cumplido ayer cien años. Lo recordamos
en Icod de los Vinos, en ocasión de la presentación de la producción pictórica
de Jaime Estévez, que trabó amistad con el lanzaroteño y colaboró con él en
iniciativas que exaltaban el Drago. En su isla y en otras localidades han
rendido tributo a la figura de César. Los testimonios de reconocimiento y
admiración se amontonan.
De su obra y de su filosofía está casi todo dicho. César
perdura. Queda su sello. Y la apelación a su defensa de la naturaleza es
constante. Armonizarla y no destruirla fue su obsesión. Su mensaje perdura.
Caló pero no tanto quizá.
Al Puerto de la Cruz, por cierto, aportó un impulso decisivo
para su transformación definitiva, mejor dicho, para la innovación y
cualificación de su oferta turística. El modelo del Lago de Martiánez fue asimilado
en otras poblaciones. El impacto fue evidente. Hay un antes y un después de la
ciudad con el Lago, construido con un generoso esfuerzo de las
administraciones.
No quedó ahí su imaginación: también están el paseo de San
Telmo y Playa Jardín para acreditar sus concepciones geniales de integración y
de respeto al medio natural para disfrute de nativos y visitantes.
El Ayuntamiento le distinguió con sus más altas
condecoraciones. El nombre de César Manrique está indisolublemente ligado al
municipio. Una vez, en broma, en uno de aquellos arrebatos, nos dijo: “Si le
voy a cobrar al Puerto en royalties, de dónde sacaría…”.
Pensar que la directiva de la fundación heredera que lleva su
nombre salió a reunirse por primera vez lejos de Lanzarote y no le fue permitido
hacerlo en el Complejo Turístico Costa Martiánez, en aquel núcleo que él contribuyó
a crear, es como para deprimirse.
En fin, cosas que pasan y que, en el fondo, no deberían suceder pero que, en este mandato, no son de extrañar.
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