miércoles, 15 de mayo de 2019

GENEROSIDAD PARA EL LIDERAZGO

El liderazgo, sobre todo el político, se construye a base de muchos componentes pero, especialmente, por la generosidad que aporte el que se hace, el que aspira, el que quiere serlo y es consciente de lo que se juega.
Cierto que hay una propensión al caudillismo. Y luego este deriva en caprichos, imposiciones y hasta autoritarismos.
Por eso, el liderazgo debe ser consecuente. Empezando por la moderación. En la fortaleza de la humildad que sea capaz de amasar y lucir, se basa la solidez que la conducta, el comportamiento y las acciones del líder deben constituir un ejemplo para ganar, principalmente, credibilidad.
La generosidad es primordial, decíamos. Que adviertan la cercanía, el respeto y la tolerancia, otras cualidades indispensables. Ser generoso equivale a compartir, a delegar, a confiar en amigos, compañeros y conmilitones mediante determinaciones coherentes. Y eso no significa ceder ni desentenderse, al contrario.
Solo así será posible crecer individualmente y ganarse el apoyo de quienes descubren en el líder político virtudes que han de caracterizar la gestión de los recursos públicos y la defensa de los intereses generales. Y la materialización de cualquier proyecto colectivo que le confíen o encomienden.
Con generosidad, cualquier horizonte compartido está al alcance. El líder se hace con responsabilidad y consciencia. Con visión de futuro, desde luego, pero también con rectitud  a la hora de administrar cuanto envuelve el presente, de forma especial cuando los vientos desfavorables y los reveses se intensifiquen.
La generosidad es desprendimiento, prodigalidad y también liberalidad. Quien obre así se ganará los afectos y la confianza, sin necesidad de tener que resaltar o lucir la primera persona. Y aunque los pueblos o amplios sectores de la sociedad suelen ser injustos a la hora de valorar o apreciar toda una trayectoria -no se alcanza un liderazgo sin un largo y contrastado itinerario-, hay que revisar constantemente y perseverar, pese a los sinsabores.
Lo que se salga de esas coordenadas políticamente conductuales es puro personalismo, un subjetivismo exacerbado. Hay que huir de los liderazgos hiperindividualizados. Al contrario, hay que aprender permanentemente y someter con autocrítica las determinaciones que se vayan adoptando, en beneficio -se supone- de la colectividad en donde se ejerce esa dirección, que es un término bastante más equilibrado o ajustado.
Pero, en fin, aceptemos que muchas cosas se construyen con una persona al frente. Claro que, en solitario, es más difícil alcanzar el éxito. Se requiere generosidad, téngase en cuenta.

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