El
liderazgo, sobre todo el político, se construye a base de muchos
componentes pero, especialmente, por la generosidad que aporte el que
se hace, el que aspira, el que quiere serlo y es consciente de lo que
se juega.
Cierto
que hay una propensión al caudillismo. Y luego este deriva en
caprichos, imposiciones y hasta autoritarismos.
Por
eso, el liderazgo debe ser consecuente. Empezando por la moderación.
En la fortaleza de la humildad que sea capaz de amasar y lucir, se
basa la solidez que la conducta, el comportamiento y las acciones del
líder deben constituir un ejemplo para ganar, principalmente,
credibilidad.
La
generosidad es primordial, decíamos. Que adviertan la cercanía, el
respeto y la tolerancia, otras cualidades indispensables. Ser
generoso equivale a compartir, a delegar, a confiar en amigos,
compañeros y conmilitones mediante determinaciones coherentes. Y eso
no significa ceder ni desentenderse, al contrario.
Solo
así será posible crecer individualmente y ganarse el apoyo de
quienes descubren en el líder político virtudes que han de
caracterizar la gestión de los recursos públicos y la defensa de
los intereses generales. Y la materialización de cualquier proyecto
colectivo que le confíen o encomienden.
Con
generosidad, cualquier horizonte compartido está al alcance. El
líder se hace con responsabilidad y consciencia. Con visión de
futuro, desde luego, pero también con rectitud a la hora de administrar cuanto
envuelve el presente, de forma especial cuando los vientos
desfavorables y los reveses se intensifiquen.
La
generosidad es desprendimiento, prodigalidad y también liberalidad.
Quien obre así se ganará los afectos y la confianza, sin necesidad
de tener que resaltar o lucir la primera persona. Y aunque los
pueblos o amplios sectores de la sociedad suelen ser injustos a la
hora de valorar o apreciar toda una trayectoria -no se alcanza un
liderazgo sin un largo y contrastado itinerario-, hay que revisar
constantemente y perseverar, pese a los sinsabores.
Lo
que se salga de esas coordenadas políticamente conductuales es puro
personalismo, un subjetivismo exacerbado. Hay que huir de los
liderazgos hiperindividualizados. Al contrario, hay que aprender
permanentemente y someter con autocrítica las determinaciones que se
vayan adoptando, en beneficio -se supone- de la colectividad en donde
se ejerce esa dirección, que es un término bastante más
equilibrado o ajustado.
Pero,
en fin, aceptemos que muchas cosas se construyen con una persona al
frente. Claro que, en solitario, es más difícil alcanzar el éxito.
Se requiere generosidad, téngase en cuenta.
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