Pues
esta campaña electoral que ya ha cruzado su ecuador será recordada
como la de las extravagancias a la hora de difundir los mensajes. Y
por el tratamiento que algunos medios nacionales han dedicado a una
moda que brotó a partir del propósito de ser originales llamando la
atención. Hasta la célebre hora menos en Canarias ha sido incluida
en ese proceso a las ocurrencias, por supuesto en clave satírica o
de humor, como procedía.
Demasiado
tentadora la oferta de acceder tan fácilmente a la inmensidad de los
recursos digitales o tecnológicos como para deesaprovecharla. Si
hace tan solo cuatro décadas, en los partidos políticos se las
veían y deseaban para hacer acopio y utilizar rudimentarios recursos
de campaña (vimos funcionar multicopistas y confeccionar pancartas
con sábanas, plantillas y telas repintadas; hasta las primeras
prácticas de reciclaje), ahora hemos sido espectadores de reclamos
insólitos en forma de grabaciones videográficas, eslóganes y otros
soportes que han confluido en una suerte de esperpento difícil de
digerir. En contraposición, algunos partidos han preferido ajustarse
a los convencionalismos y poner en marcha una reacción de
indiferencia o de crítica de perfil bajo y displicente cuando
advirtieron cierto impacto.
El
caso es que, amparándose en una suerte de llamar la atención aunque
sea disparatado, son unos cuantos quienes han cedido a la tentación.
Da igual subirse en parapente (con los riesgos físicos que eso
conlleva) que corear (bailando, si es menester) alguna melodía
pegadiza con letra para la ocasión. Y si no se quiere ritmo ni
movimiento, pues nada, siempre habrá algún juego de palabras para
llamar la atención y dejar abiertas las ventanas de las
interpretaciones.
Los
partidos y los candidatos en liza son muy libres, por supuesto, de
escoger los métodos y los soportes que quieran. Solo los ganadores
dirán luego gracias al lema, al 'fotocartel', a la cuña o al video
de campaña. Los demás tendrán el consuelo moral de haber recibido
estímulos y plácemes que pronto engrosarán el olvido de la
intrahistoria partidista o de campaña.
Pero
quienes han preferido las probaturas y lanzarse sin vergüenzas ni
reparos al universo digital, acaso obnubilados por las moderneces y
contribuyendo al lado lúdico de la política, por no decir a la
'fiestita' en que la han convertido (donde todo vale), ya deben ir
reparando (si les queda un resquicio de autocrítica) en que algunas
de estas cosas no favorecen la democracia ni siquiera a los
candidatos. Esa idea, la batalla o la campaña se libra ahora en las
redes, ha sido asimilada con un simplismo o una superficialidad
preocupantes. Claro que hay que estar en las redes pero ya que se
accede, hay que hacerlo bien. Son muy pocos los casos en que se puede
ver a un candidato o a una candidata explicar en cuarenta y cinco
segundos, sin necesidad de disfraz ni aditamentos o de fondo
paisajístico deslumbrante, un objetivo prioritario de su oferta
programática.
Los
destinatarios de los mensajes y los primeros votantes (el sector
joven de la población vuelve a ser determinante en estos comicios)
quieren hechos, no efectismos ni frivolidades. No estamos ante un
ejercicio de voluntarismo, so pena de incurrir en ridículos. Por
tanto, es absolutamente indispensable (más que recomendable)
rodearse de creativos y expertos en comunicación que sugieran y
maduren iniciativas las cuales sustancien el mensaje político. Si es
tan fácil elaborar un producto llamado a circular a notable
velocidad y a despertar el interés de propios y extraños, hay que
ponerse en la fase anterior del itinerario, en el el rincón de
pensar y generar las esencias de lo que se quiere hacer y transmitir,
en función de valores y objetivos. Y luego, hay que situarse en el
día después, esto es, valorando lo que se ha dicho, lo que se ha
escrito y lo que se ha grabado.
Por
lo demás, que medios nacionales nos tomen con humor y deslicen sus
sarcasmos con algunas de estas realizaciones es lo menos importante.
Contrastar con las de otras latitudes sirve para acreditar que no
somos los peores.
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