viernes, 3 de mayo de 2019

¿QUÉ CELEBRAMOS?

Celebrar el Día Mundial de la Libertad de Prensa cuando están frescas las sacudidas de la clausura de tres cabeceras en el panorama mediático de Tenerife, sugiere de inmediato que hay poco o nada que celebrar. La sociedad insular se ha quedado, en el curso de pocas semanas, con menos opciones informativas con las que lleva años familiarizada, a la vez que constata que el pluralismo va mermando considerable y progresivamente. Decenas de trabajadores y familias se han visto privadas acaso de su único ingreso, además de haber sido interrumpida, en unos cuantos casos, la trayectoria profesional extendiendo de paso, tal como está el mercado laboral, una notoria incertidumbre.

No son buenos tiempos, pues, para el periodismo y para el sector de la comunicación, golpeados por circunstancias tras las que siempre pierden los mismos, lo más frágiles, los más desprotegidos. Tengamos en cuenta tanto la precariedad laboral como el deterioro de los salarios y la desigualdad de éstos entre hombres y mujeres para señalar que, si se suman a amenazas y exclusiones, en efecto, hay poco o nada que celebrar.

A sabiendas, claro, de que no son los únicos problemas. Las presiones de los poderes y el sesgo de algunos medios, públicos y privados, unidas a deficientes gestiones empresariales y a la excesiva dependencia de intereses comerciales o de otro tipo, contribuyen, tal como ha recordado la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), a un sensible deterioro de la libertad de prensa. Para colmo, a raíz de algunas legítimas operaciones de empresas editoras, ha reaparecido el fantasma de la concentración de medios cuyas repercusiones, en el pasado, no fueron muy positivas que digamos para los consumidores de la información.

Para la FAPE, “los ataques a la libertad de prensa tienen como objetivo impedir que los medios de comunicación cumplan su misión de garantizar el acceso a una información libre, pluralista e independiente de los poderes políticos y económicos”. Su reflexión va más allá: las presiones, la desinformación y la pérdida de la exclusividad de la intermediación entre los hechos y la ciudadanía -”hoy en manos de la ciudadanía”, asegura- son evidentes factores de riesgo a los que las y los periodistas deben hacer frente con una actuación profesional rigurosa, esto es, ejerciendo un periodismo basado en la veracidad, que haya sido verificado de forma cabal y contrastado con fuentes fiables para respetar y hacer cumplir los códigos deontológicos propios.

Desde luego, si se quiere la libertad de prensa sea un pilar fundamental de las libertades y de la convivencia democrática, hay que esmerarse, desde el mismo periodismo, en un ejercicio honesto y riguroso, avalado por la veracidad para lograr un tratamiento informativo adecuado que sustancie productos creíbles y cualificados. En una fecha como la de hoy, buena para recordar que sin periodistas no hay libertad ni democracia, la posición de la FAPE es consecuente: abogar por “un periodismo que anteponga los intereses de los ciudadanos a los intereses de los poderes, que fomente la convivencia y la tolerancia y rechace la bronca y las descalificaciones”. Que, desgraciadamente, se registran, vaya que sí.

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