viernes, 31 de mayo de 2019

DAÑO AL FÚTBOL

El fútbol español se está viendo sacudido, pese a las reservas y al tratamiento de la prensa especializada, por la desarticulación de una red en la que, presuntamente, operaban jugadores y dirigentes, para amañar resultados de determinados encuentros y producir ganancias en el ámbito de las apuestas. Hasta los países asiáticos llegaban los efectos de esta perversa metodología. Se habla de mafia, con toda propiedad. Cierto que no es la primera vez y que en otras latitudes ya probaron de los nocivos efectos de estas prácticas a las que se quiso poner fin con sanciones ejemplarizantes. Incluso la Liga de Fútbol Profesional (LFP) española ha dispuesto algún protocolo y medidas preventivas orientadas a evitar estas evidentes irregularidades que, por cierto, terminan sabiéndose. Y cuando ello ocurre, es consecuente el escándalo y que el asunto termine en los tribunales ordinarios de justicia.

Hay que ser conscientes del daño que se le causa al fútbol, al deporte. Estos irresponsables e inescrupulosos se permiten manipular los sentimientos más nobles de una competición, de unas aficiones, de otros muchos deportistas. Una manipulación cuyo alcance aún no es conocido del todo. Sinvergüenzas: se ponen de acuerdo para alterar el desarrollo de un partido y generar unas ganancias adulteradas. Lanzan un disparo a la línea de flotación de la credibilidad de miles de personas, de seguidores, de jugadores y hasta de los apostantes mismos. Cualquier confrontación futbolística, por muy clara que parezca a la hora de pronosticar, parece amenazada.

En el deporte, el fraude debe estar en cualquier parte, en cualquier categoría, seriamente penalizado. Quienes con estos comportamientos, corruptores y corruptos, van contra la limpieza, contra la resolución natural en las canchas, solo merecen desprecio, además de las penas que correspondan. Es una práctica inasumible. Se ve que hay un negocio sustancioso y unos cuantos se están beneficiando de manera ilegal. Las apuestas siempre levantaron suspicacias y en algunos momentos históricos, en otros países, hicieron tambalear sólidas organizaciones y rendimientos económicos. En la literatura y en el cine hay pruebas de ello. Que la policía prosiga su trabajo de investigación y búsqueda, en tanto fiscales y jueces se van preparando para que caiga todo el peso de la ley sobre los desalmados. Y las autoridades deportivas, tan directas o exigentes en casos de dopaje, deben revisar también sus propios códigos con tal de impedir comportamientos reprobables que ensucian los valores deportivos.

Porque queda mancha, claro. Aún se recuerda en cierta localidad norteña de Tenerife el amargo trance de un resultado amañado en un encuentro de categoría regional. No han podido limpiarla. El fútbol cayó allí de tal manera que, pese a los vaivenes competicionales, nada volvió a ser igual.
Ahora parece probada la existencia de una organización en la que -es lo peor- figuraban profesionales que se prestaron a las irregularidades. Desde el punto de vista ético, una indecencia. Difícilmente reparable. El deporte, precisamente, necesita siempre de conductas que lo enaltezcan, no de prácticas y vicios que lo echen a perder. Por eso hay que ser contundentes y condenar sin reservas unos hechos que, debidamente probados, significan un fraude, un engaño ilimitado. Pobres aficionados de los equipos envueltos en esta trama. Quién o quienes le devolverán la ilusión, sobre todo si las sanciones deportivas comportan pérdidas de categoría o similares. A la espera de que caigan, que tomen nota quienes pudieran sentirse tentados por unas ganancias fáciles cuyas causas apenas se noten. El paso del tiempo es implacable y más tarde o más temprano, si se desvían de los cauces naturales, se terminan sabiendo.

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