Hasta
hace unos años, apenas interesaba que las mujeres jugaran al fútbol. Casi un
número de fiestas, algo exótico, una diversión pasajera. Hoy en día no es así,
todo lo contrario: hasta disputan un Campeonato Mundial. Como nunca antes, el
fútbol femenino ha avanzado hacia posiciones que son definitivas con un alto
nivel de juego colectivo, con figuras individuales y con un impacto social en
plena expansión. Así se deduce de lo que se aprecia en la competición que se
disputa en Francia y en el tratamiento mediático que se le dispensa. Las
expectativas crecen sin reservas y aunque parezca pronto para memorizar
alineaciones -una manera peculiar de poseer una buena cultura balompédica-, ya hay
nombres de jugadoras que circulan comúnmente y equipos que van curtiéndose
entre acopios de aficionados.
Precisamente,
quizás carecía el fútbol femenino de una competición relevante. La falta de ligas
o torneos regulares interesantes frenaba el desarrollo, la incorporación de más
gente y hasta de más practicantes. La FIFA estableció una obligatoriedad a sus
federaciones integrantes de promover y organizar torneos permanentes, así como
que los clubes profesionales pusieran en marcha equipos filiales femeninos.
Indudablemente, la transmisión televisada de encuentros ha disparado un efecto
multiplicador, también desde el punto de vista comercial. En el ámbito nacional,
por ejemplo, entre 2013 y 2017 se ha
visto un aumento del 37 % en el número de acuerdos de patrocinio en el ámbito
del deporte femenino; asimismo, se ha producido un 49 % de subida en el
volumen de negocio de esos acuerdos. Estas cifras son indicadoras de la
evolución y que los cambios producidos se van a acentuar a lo largo de los
próximos años.
La
voluntad, la tenacidad, la valentía y las dotes técnicas que acreditan las
mujeres futbolistas van abriendo un camino que ya se ve como normal, después de
no pocos esfuerzos. Siempre pendió sobre ellas una cierta estigmatización: el
fútbol era un deporte de y para los hombres. Ya, por fortuna, no es así. Se
trata de otra conquista que hace visible su eterna aspiración de igualdad.
Hay,
pues, un interés social y deportivo que se agiganta, sin exageración. El buen
hacer de las participantes es determinante. Que las estructuras y la
organización -a ser posible, en todas las categorías- funcionen adecuadamente
también influye en lo que pudiera considerarse como un fenómeno potente que
agita las opciones, las aspiraciones y las emociones de quienes se sienten
atraídos por el fútbol femenino. Hay quienes hablan de ‘una explosión real’ a
la vista de la asistencia de espectadores y de las cuotas de pantalla
alcanzadas en algunas transmisiones. Hasta sesenta mil personas asistieron hace
unas semanas a un Atlético de Madrid-Barcelona, decisivo para el título de
Liga.
La
popularidad es incontenible. Las mujeres juegan y compiten. Dan espectáculo.
Más derechos televisivos, más repercusión, más patrocinios, más jugadoras, más
fichas, más equipos. No se trata de crecer para acercarse a las cifras de
Estados Unidos y Canadá, que concentran la mitad de las futbolistas registradas
en el mundo, sino de hacerlo fortaleciendo valores deportivos -y de género- y
extendiendo una práctica cada vez más atrayente.
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