Ya
saben que somos muy respetuosos con las decisiones de los órganos de
los partidos político, especialmente cuando afectan al ámbito
interno, a cualquiera de sus componentes, máxime si son de tipo
disciplinario. Mantengamos esa actitud.
Pero
cuando trascienden al ámbito público y, de alguna manera, afectan a
las instituciones representativas de la voluntad popular, es
necesario ocuparse del alcance de esas determinaciones. ¿Qué pasa
en Ciudadanos? Esa es la cuestión. Desde aquella histórica victoria
en Catalunya, cuando Inés Arrimadas alcanzó un notable éxito, la
formación ha entrado en una dinámica desconcertante, apenas paliada
por el hecho de compartir tareas ejecutivas en la Junta de Andalucía.
Arrimadas
renunció a formar gobierno en la comunidad catalana. Un error
considerable, aunque las posibilidades de prosperar eran mínimas, de
acuerdo. El catalanismo está a lo suyo, serán otros los escenarios,
se estará pensando en otros menesteres; pero aquel intento hubiera
puesto en evidencia que sí existía alternativa y que, frente al
encono y la confrontación permanente, había posibilidades de
fortalecer una opción creíble, moderada y en tono político
creciente, hasta el punto de ocupar el espacio de centro-derecha como
así ocurrió.
Desde
entonces, Ciudadanos, invocando a Suárez, a los valores del
centrismo, tratando de mejorar la implantación territorial, haciendo
algunos fichajes sonoros, presentándose con un espíritu reformista
o regeneracionista, tratando de desmarcarse de la derecha, no ha sido
capaz de mantener un discurso coherente. Lo que afirmaba hoy era lo
contrario al día siguiente. Sí
pero no, ustedes ya entienden.
La
estrategia pasaba por dar el 'sorpasso' al Partido Popular. Y para
eso, Arrimadas bajaba a Madrid, al Congreso. Y Rivera fortalecía sus
poderes para aumentar las expectativas. Más esperanzas, nuevas
metas. Pero no ha resultado: resultados insatisfactorios en las
legislativas y para no tirar cohetes, desde luego, en las autonómicas
y locales. Es como si se hubieran descolgado de la escapada, o se
hubieran desinflado.
Lo
peor es que tampoco han salido muy bien parados que digamos en los
procesos negociadores para concertar fórmulas de gobernabilidad y
ganar unas cuotas de poder. Magros réditos.
Está
claro que ha faltado experiencia para afrontar tales trances. Si a
ello se añaden la incoherencia, los discursos contrapuestos, la
fragilidad ideológica y el escaso peso de las direcciones
territoriales en el marco de la organización -sin olvidarnos de que
cuando se puede tocar poder, las líneas rojas palidecen- no son de
extrañar situaciones como las de ruptura interna en el Ayuntamiento
de Barcelona o las de advertencias europeístas a propósito de algo
más que coqueteos con la extrema derecha o las de Canarias, donde se
empieza creyendo a un candidato cuya suerte judicial es incierta y
luego se cuestiona, desde dentro, el papel de quienes se mantuvieron
firmes para poner punto final a una hegemonía a la que buena parte
del personal tenía muchas ganas, tan solo por eso, por sus cuatro
décadas de duración.
Ciudadanos,
con la inexperiencia por delante, tendrá que analizar a fondo y
valorar la secuencia que se inició con aquel triunfo moral de
Arrimadas. Seguro que habrán escuchado y repetido la palabra
autocrítica. Es hora de practicarla.
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