En
una época en la que todo se sabe o trasciende, lo que es verdad y lo
que es mentira, resulta llamativo hasta el asombro que no se haya
sabido nada de las causas que han determinado la renuncia de Luis
Enrique a su cargo de seleccionador nacional de fútbol. Una suerte
de pacto tácito en el que las partes no dieron lugar ni a conjeturas
simples ni insinuaciones fundamentadas ni filtraciones. Se respetaron
recíprocamente. Punto. Y cumplieron. Lo cual es de agradecer. Ha
sido el silencio impenetrable.
Es
un caso insólito. Una retirada, la de Luis Enrique, en vísperas de
un encuentro oficial, con petición de reserva absoluta. Es como si
todo el periodismo a la vez -y miren que es difícil eso- hubiera
entendido el mensaje y adoptó de inmediato una actitud ética basada
en un concepto que está escrito: el respeto a la privacidad. Nunca
antes se había registrado una dimensión tan certera y tan
escrupulosa: el universo futbolístico español y el mediático, tan
interconectado por razones palpables y latentes, se pusieron de
acuerdo para no traspasar la línea trazada por el ya ex
seleccionador.
El
silencio impenetrable ha sido incluso solidario. Nada mejor para
sobrellevar el trance, cualquiera que haya sido. Los deportistas y
los medios, que se necesitan, entendieron que las razones de Luis
Enrique y su solicitud humana debían ser respetadas. Solidaridad y
comprensión, sin entrar en detalles. Ni en las redes sociales una
superficial alusión, una indiscreción que hubiera hecho
incontrolable la fiebre. Cabe congratularse.
De
vez en cuando la vida, con permiso del poeta, afina con el pincel. Y
nos sentimos en buenas manos, para llevarnos gratificantes
sensaciones como esta. Aunque estén envueltas en un silencio
impenetrable que es un precedente. Un silencio que demuestra que
cuando se quiere, se puede.
Y
se respeta.
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