Tragedia en la isla de Lesbos, donde se incendia el campamento (Moria) que albergaba a unos doce mil migrantes. Ocurre y se pone en evidencia la debilidad de las infraestructuras para socorrer a quienes huyen de guerras, de plagas, de hambre y de aislamiento, para aguardar –acaso inútilmente- una oportunidad que buscaban, incluso poniendo en riesgo sus vidas. Las imágenes, todas las imágenes posteriores a las llamas, son la respuesta del sindiós de la Unión Europea en materia de inmigración.
Sucede cuando más cerca, en nuestras costas, se agrava el problema del alojamiento para los miles de desplazados desde latitudes africanas. Un problema de extraordinaria dimensión que arroja derivadas de incomprensión y suscita discursos de rechazo que plasman la deshumanización y hasta un abominable aprovechamiento político, abusando de las circunstancias, incluidas las de la subcultura. La sucesión de dislates en redes sociales y algunas televisiones locales no es que preocupe sino que revela el rumbo de esa incontrolada pérdida de valores. Con palabras del poeta argentino Santos Discépolo: “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón”.
Y si quieren algo menos lírico, que se lean al Papa Francisco, que interpreten bien sus mensajes. Pide el pontífice no permanecer indiferentes ante las tragedias humanas en el Mediterráneo. Por extensión, las del Atlántico. Algunas de sus frases, estas dos, son muy elocuentes:
“Son muchos los desafíos y nos interpelan a todos”.
“Nunca se podrá aceptar que los migrantes mueran en el mar sin recibir ayuda”.
La segunda deberían memorizarla y practicarla, en la medida de sus posibilidades, quienes en conversaciones e incluso intervenciones públicas, llegan a afirmar, poco menos, que hay bombardear o dejarlas hundir. Bárbaros.
Bergoglio, todo lo contrario, apela a practicar una solidaridad concreta y una responsabilidad compartida, tanto en el país como a nivel internacional. Porque la pandemia que ha azotado a la humanidad ha puesto de manifiesto la interdependencia. Ante esa extendida actitud de rechazo, favorecida por el caldo de cultivo que encuentran los radicales y fundamentalistas, el Papa Francisco se ha mostrado partidario “de cambiar la forma en que vemos y contamos la inmigración”.
Atentos a su pensamiento:
“Se trata de poner a las personas, los rostros, las historias en el centro. He aquí la importancia de los proyectos que tratan de proponer diferentes enfoques, inspirados en la cultura del encuentro, que es el camino hacia un nuevo humanismo. Y cuando digo "nuevo humanismo" no lo digo solo como una filosofía de vida, sino también como una espiritualidad y un estilo de comportamiento”.
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