sábado, 5 de septiembre de 2020

SENCILLEZ Y SUTILEZA

 

Cuando pensábamos que ya estaba todo dicho sobre Peri González, Pegonza, a cuyo nacimiento artístico hemos asistido y de cuya evolución hemos hecho seguimiento, cuando hemos sido testigos de todo lo que se ha llevado la pandemia y de lo que ha cambiado –y sigue cambiando- nuestras vidas, resulta que descubrimos que aprovechó al máximo el confinamiento, de modo que hizo bueno el pensamiento de la pintora y licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, Noemí González: “La inspiración existe pero debe encontrarte trabajando”.


El autor de esta colección de cuarenta cuadros no se detuvo durante este tiempo y hoy presentamos el fruto de su trabajo, paciente y silente, motivador como siempre les ocurre a los autodidactas que van en busca del perfeccionamiento aún sin saberlo. Las tardes discurrían con alguna tenue música de fondo, o con el sonido de una emisora de radio que vomita cifras y noticias de contagios y fallecimientos, o con juicios críticos y analíticos de alguna tertulia insufrible. Terminan cansando pero Peri seguía a lo suyo, acuarelas en las que puso su máximo empeño.


No juzgaba su obra. No pensaba si era buen o mal dibujante. Porque más allá de dibujar y de emplear las tonalidades adecuadas al componer la acuarela, se trata de conocer cómo mira lo que se pinta y analizar la manera de hacerlo. Interpretaba lo que plasmaba, lo miraba una y mil veces, para entender lo que es; en el fondo, para conocerse a sí mismo. Porque es así como se ha hecho el acuarelista. Con el lavado plano, con el mojado en seco, con el graduado, con mojado sobre mojado o el levantamiento de la pintura. Sobre todo para disfrutar, aunque no lo exprese, pero lo está sintiendo en cada uno de estos métodos.


La selección del objeto o motivo de la obra, así como los colores, hacen que Peri González haya ido introduciéndose en aspectos básicos y a la vez complejos en el género de la acuarela. Así lo reflejamos desde aquel estreno en el Liceo Taoro de La Orotava con el francés Bernard Romain, uno de sus guías, junto a la siempre recordada Clorinda Padrón.

Como se movía en la misma gama, aprendió a conocer, mezclar y utilizar unos colores concretos. Ahí se empieza a aprender. Entre ese Peri González y el que hoy ofrece su producción más reciente hay un acuarelista consumado, como escribimos en cierta ocasión. Era un reto, aunque él no se lo planteara como tal. Puede incluso que, al principio, tuviera prejuicios o dudara tanto de la imagen como de la propia técnica, pero a medida que avanzaba se sintió cómodo entre las pinceladas, las mezclas cromáticas y hasta los errores, que, ya sabe, se cometen con frecuencia en la acuarela. La serenidad del autor también ayuda y se contagia, de modo que hasta se palpa cuando se contempla el acabado final. Por supuesto que es la práctica la que permite madurar y ganar en solvencia para que la composición, la interpretación y las tonalidades condensen un resultado que anima y hace que se lance a por la siguiente.


Peri González capta el cosmopolitismo de grandes ciudades a las que nos traslada para captar las infinitas opciones monumentales y la multiplicidad arquitectónica, vestida de insólitos contrastes. Aquella madurez de la que hablamos se palpa ahí en las visiones del colorido que caracteriza las líneas de perspectiva que estructuran los edificios, la impresión de la luz, la frescura del dibujo y hasta la diseminación de las figuras humanas, como esos indianos palmeros a los que se ve disfrutar de verdad. Las mezclas de color, en fin, son fruto del dominio del pincel.


Pero la paisajística acuarelista del pintor se enriquece también con sencillos motivos insulares que, como los de Fuerteventura en esta colección, expresan su apego por la tierra. González, cuando capta una mirada o una estampa, sabe que su traducción a la acuarela es exigente, que no puede llevarla al papel sin más, impidiendo que se seque, sencillamente, sino que se obliga a una modulación polícroma que habrá de lucir de por vida.


Acuarela, palabra que, en italiano ‘acquerello’, significa "pequeña agua", es una de las primeras técnicas artísticas del hombre, de las cuales se tiene registro. Una de sus primigenias manifestaciones son las famosas pinturas rupestres de animales encontradas en cavernas en Francia, correspondientes al período paleolítico (hace treinta y un mil años), las cuales fueron realizadas con agua y pigmentos. Durante la historia, esta técnica se utilizó en frescos (pintura sobre yeso) hasta llegar a la invención del papel. Fue usada por muchos pintores de óleo en sus obras, obteniendo así importancia académica con el curso de los años.


Hoy en día, como saben muchos de ustedes, la acuarela consiste en pintar sobre papel húmedo o seco, diluyendo los colores con agua para lograr mayor o menor intensidad así como transparencias. La acuarela, a diferencia del popular óleo, es una técnica que exige exactitud, minuciosidad y no permite correcciones posteriores, por lo cual requiere de innumerables ejercicios y práctica para adquirir un dominio de la técnica pictórica. El autor se ha forjado en esos predios.


Peri González sabe que, como arte, la acuarela es inmediata, espontánea, cercana a lo verdadero. Las ‘pequeñas aguas’ lucen. Lo acredita en esta colección, producto de un quehacer incesante durante el confinamiento. Su arte es un reflejo interno, el que no deja mucho tiempo a la mente sino que prefiere la magia para trabajarla sobre el papel mojado. Es como la vida misma: incierto el resultado. El agua y los pigmentos viajan por el papel, creando mundos y hasta nevadas, efectos y resultados sorprendentes y maravillosos. La acuarela es sencilla, pero difícil; sutil, pero compleja; ancestral y vigente.


El autor ha aprovechado el tiempo y se ha esmerado. Así combatió al virus. Así elevó el suspiro y la emoción previa antes de comenzar lo que ya es un mágico trance y entrar en esa suerte de danza impredecible que, tal como definiera la artista Cecilia Anich, “ha de ser ejecutada de forma azarosamente perfecta”. Se lanzó, en cada una de sus obras, a mantener el hechizo y a hacer que ganara, consciente de que Playa Jardín o el Monumento al mar de César Manrique –un blanco resaltado desde un fondo de verde singular- no se doblegan ante la majestuosidad urbana de París, New York o San Francisco ni ante uno los llamativos puentes de la geografía de Praga.


Lo dicho: sencillez y sutileza sobresalientes en medio de la complejidad. Peri González se atrevió con la danza y salió airoso.


¡Enhorabuena por estas acuarelas!


(Texto leído en la presentación de la exposición 'Acuarelas', de Peri González, que tuvo lugar anoche en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias).

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