José Antonio "el Tigre" Barrios, primer futbolista canario olímpico (Ediciones Aguere e Idea) es el título del libro de Rafael Lutzardo en el que glosa la biografía humana y deportiva del que fuera destacado jugador tinerfeño, internacional olímpico. La obra será presentada el próximo lunes 29 de abril en el Casino de Tenerife. Este es el prólogo:
"Los
más jóvenes bromeaban con él, en la cancha y fuera de ella, cuando
le veían alardear, en un salto, en un choque, en un esprint...
-¡Tigre!
La voladora...
(Alusión
irónica a algún estímulo externo, a algún elixir secreto que
alargaba los valores de su garra y de su potencia).
Barrios,
a José Antonio Barrios Olivero le apodaron el Tigre. Desde que en la
calle San Juan Bautista, en el capitalino barrio de El Toscal,
jugaba, entre otros, con Justo Gilberto, Luzbel y Jorge Fernández,
atentamente observados por Enrique Sanfiel, el Sordo, entrenador
inolvidable que llegó a ser Campeón de España de Aficionados,
desde entonces Barrios ya enseñaba su poderío, unas aptitudes
físicas portentosas.
Si
además de correr y de no dar un balón (o una pelota) por perdida,
metía goles, ahí fraguaba el delantero. Se comprobó cuando ingresó
en los juveniles y en el Tenerife Aficionado. Bullicioso era un
adjetivo que utilizaban mucho los cronistas de la época: así le
calificaban, porque, en efecto, no paraba, lucía una viveza fuera de
lo común. El Tigre se perfilaba como un futbolista distinto que se
proyectaba a base de brío y garbo, de superar las marcas más
crueles, de remates inverosímiles y de goles de todas las facturas
que celebraba primorosamente.
Por
eso le llamó Riera, para que debutase en el primer equipo, con
dieciocho años, cuando Erasto fue baja por lesión. Después, Ramón
Cobo le renovó la confianza y Barrios se hizo un fijo. Fue mediados
los sesenta del pasado siglo, con la Segunda división dividida en
dos grupos, norte y sur. La alegría de ser Pichichi en el sur fue
menor cuando, al registrar un punto menos, que el Mestalla, el
Tenerife perdió la categoría.
Pero
después daría un salto deportivo importante. El pasado mes de
octubre se cumplió medio siglo de aquella participación en el
equipo nacional que disputó los Juegos Olímpico de 1968. España
ganó dos partidos (contra Brasil y Nigeria) y empató con Japón
que, al final, sería medalla de bronce, arrebatada a los
anfitriones. El seleccionado hispano perdió precisamente con México
(2-0) en cuartos de final.
Tras
el entorchado olímpico, a su regreso, suscribió ficha profesional
con el Tenerife. Veinticinco mil pesetas de la época. “Fui
corriendo a ver a mi madre, quien creyó que las había robado”,
confiesa espontáneamente mientras repasábamos algunos episodios de
su trayectoria. Su identificación con el equipo de la tierra,
naturalmente, se acentuó. Domingo Ledesma le ayudó muchísimo. De
él habla con apreciable afecto, igual que de Julio Plasencia, su
orientador en los infantiles Weyler y Toscal. Con el reajuste de las
categorías, jugó once partidos en Tercera división, hasta que en
diciembre de aquel 1968 fue traspasado al Granada, entrenado por el
francés Marcel Domingo, y en el que ya figuraba el arquero tinerfeño
Cipriano González Rivero, Ñito. En aquella plantilla, que terminó
en octavo lugar de una Liga de dieciséis equipos y en semifinales de
la Copa (donde cae con el Athletic Club de Bilbao), también se
integraban Ruiz Sosa, Porta y Vicente González.
Tres
años y medio permaneció Barrios en la ciudad de La Alhambra. Los
técnicos del Barcelona se fijaron en él. A estas alturas, el
jugador ya ha completado sus perfiles: rompedor, valiente, moledor,
capacidad rematadora... un auténtico 'saco de los golpes'... para
Johann Cruyff, indiscutible estrella blaugrana. El Tigre jugaba de
espaldas y el holandés se beneficiaba -y mucho- del aguante del
tinerfeño, con quien se abrazaba efusivamente cuando anotaba.
Barrios hizo doce goles en los dos años que jugó en el Barça.
“Marinus Michels, el mejor entrenador que he tenido”, confesó.
Próxima
estación: Alicante. Cuatro años. Posiblemente, el mejor Hércules
de su historia, con Arsenio Iglesias Pardo al frente, un meritorio
quinto puesto en la Liga. El Abrelatas, otro apodo. Allí coincidió
con Juanito el Vieja. La dupla isleña del Hércules causaba
estragos. Aún es recordada en la ciudad mediterránea.
Muy
cerca, en Valencia, le aguardaba el Levante Unión Deportiva, en
Tercera, donde estuvo dos temporadas, una de ellas la del ascenso. Ya
hacía gala de su veteranía.
Y
el retorno a Tenerife, temporada 1980-81, con José López Gómez en
la presidencia del club y Justo Gilberto aún con gasolina para
transitar por el 'callejón del 8', cuando aún no estaba bautizado
así por el periodismo especializado. Jugó gratis. Ahí le conocimos
y le tratamos, descubriendo sus rasgos y su personalidad. En las
transmisiones para Radio Popular de Tenerife, seguíamos hablando del
'saco de los golpes'. A su lado, los jóvenes lucían habilidades y
le respetaban al margen de la cancha. Por su entrega y por su
trayectoria, el directivo Guillermo La Serna redactó una carta
proponiéndole como director deportivo.
Tras
abandonar el Tenerife, viste los colores blancos de la Unión
Deportiva Orotava, su último equipo. Le convencieron el doctor
Buenaventura Machado, presidente; y Nolito Sánchez, preparador.
Volvió a hacer gala de su entrega, tal fue así que los rectores del
club de la Villa le confía la dirección técnica. En un viaje a La
Palma, coincidimos antes de un encuentro con el Mensajero: Barrios
seguía siendo puro nervio, continuaba enseñando durante el almuerzo
y se desgañitaba en el banquillo como si de un principiante se
tratara.
Demasiada
experiencia atesoraba como para que Javier Pérez no le reclamara. En
la temporada 1986-87, acepta la vicepresidencia de lo que fue el
germen de una etapa histórica del Club Deportivo Tenerife:
Alternativa. Junto a Benito Joanet, Martín Marrero, Feria y Andrés
Mateos forja un dirección deportiva de lujo.
Esta
es su vida, a grandes rasgos, la que ha querido desgranar Rafael
Lutzardo en este volumen en el que reúne opiniones y testimonios que
acentúan la trayectoria de un un futbolista singular, todo corazón
y todo entrega. No es exagerado decir que estamos ante una auténtica
leyenda deportiva. Los textos con que Luis Padilla, Juan Galarza,
José Manuel Pitti y José Antonio Pérez, primeras firmas y voces
del fútbol albiazul de los últimos tiempos, desmenuzan en las
siguientes páginas sus cualidades, sus números, sus hitos y sus
interioridades así lo acreditan.
-¡Tigre!
La voladora...
Resuenan
aún las expresiones de ánimo y admiración que subrayaban aquella
pasión de un delantero al que no importó hacer de 'saco de los
golpes', de blanquiazul, de rojiblanco, de blaugrana o de olímpico
con tal de que su equipo saliera beneficiado".
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