En
el Puerto de la Cruz se despiertan inquietudes -todavía no hay
debate- en torno al ocio nocturno, otrora una de las señas
distintivas de la marca turística y, si nos apuran, hasta un estilo
de vida. “Actualmente, queda una sala de fiestas y apenas diez
pubs”, señala una fuente empresarial que se acerca a los partidos
políticos en busca de alguna alternativa, mejor dicho, de alguna
cobertura, ahora que se predisponen a elaborar sus ofertas
programáticas.
Para
que haya debate, alguien tendría que hacer, cuando menos, una
declaración altisonante. Y no parece que haya muchas voces
dispuestas a mojarse. En el contexto de indolencia y de pasotismo,
ese de que cada quien se gane la vida, si ese ocio nocturno sigue
palideciendo como elemento del modelo de ciudad turística que está
aún por definir, hay que tener en cuenta algunos factores para
intentar readaptar y revitalizar una actividad que, desde luego, en
su día tuvo un impacto notable.
Pero
ahora el ocio se ha desplazado desde el sector Martiánez hacia el
centro. Primera consideración a tener en cuenta. Y ese ocio ha
evolucionado: los modos de disfrute y de diversión son distintos. En
su época, el ligue, la música, el consumismo incontrolado, la moda
asequible eran soportes para el libre y fácil acceso a los bienes de
desenfado y vida fácil. En el Puerto, por cierto, no se limitaban a
los fines de semana: casi todas las noches de la semana, la animación
era considerable y la proliferación de locales y negocios era
natural. Siempre se ha dicho que muchos deportistas portuenses
-especialmente los futbolistas- se frustraron o se malograron
precisamente por eso, por su presencia continuada, en la salas de
fiestas y locales de divertimento nocturno.
Pero
los ciclos se agotan. Y las generaciones envejecen. Y las modalidades
pierden frescura. Es normal que, alcanzada cierta edad, del sonido
'disco' o 'acid' y de los juegos de luces, se pase al sosiego y al
piano durmiente. Todo lo más, a un par de piezas de baile o al
güisqui reparador después del bistec y de las cuartas de vino. Las
extranjeras se encontraron con aspirantes más liberados, el ligue ya
no precisaba de un escenario semioscurecido o con decibelios por las
nubes, los empresarios y promotores se encontraron con que los
trabajadores hicieron sus conquistas y sus convenios. Surgieron otros
ambientes, acaso más sosegados, y otros polos turísticos.
El
ocio nocturno evolucionaba, indudablemente. Y aunque la oferta cambió
con la democracia -el Casino Taoro es un buen ejemplo- lo cierto es
que los visitantes venían en busca de otra cosa, de otros conceptos,
de otra calidad de vida alejada de las concentraciones masificadas y
de los riesgos derivados, bien es verdad que la inseguridad nunca fue
un problema serio en el Puerto. Los alicientes eran cada vez menos.
Hasta el punto de que algunas salas solo abrían al público a partir
de los jueves para reducir gastos de personal. El bullicio se fue
perdiendo. Además, surgieron las protestas de los vecinos: esos
ruidos, escapados de locales mal acondicionados o surgidos en la
madrugada cuando los clientes se concentraban en el exterior de los
locales para prolongar cantos y juerga. Las administraciones no
podían permanecer impasibles y las legislaciones se hicieron más
restrictivas y las autoridades menos permisivas. A algunos se les
ocurrió “el pacto por la noche”, en un intento de enriquecer la
posibilidad de ofertar, debidamente reguladas, actividades atrayentes
para todo grupo de edades, especialmente los fines de semana. Pero ya
había televisiones. Y espectáculos de todo tipo. Y actuaciones. Y
establecimientos de otro tipo. Y penalizaciones si se producen
infracciones. Y el botellón. Y redes sociales. Salir se hizo cada
vez más pesado.
Hay
que entender y aceptar que aquella época, aquel 'Puerto Cruz la
nuit' no volverá. Por eso, hay que esmerarse para que el ocio
nocturno, entendido como un elemento más de un modelo de una ciudad
de servicios o de un destino turístico diferenciado que debe seguir
luchando para mantener rasgos de competitividad, sea compatible con
el derecho al descanso y otros usos sociales.
Hay
que esmerarse.
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