Doloroso proceso
de confección de candidaturas electorales en los partidos políticos. En la
práctica totalidad. Cada vez más dolorosos. Entre elecciones orgánicas, o
primarias, que así se denominan para identificarlas en la jerga, empujones, personalismos,
caprichos y revanchismos, necesidades y afanes de continuismo, encuestas más o
menos prefabricadas, operaciones y ofrecimientos, puñales, fullerías y
estrategias varias, fichajes apresurados y ocurrentes, lo cierto es que las
organizaciones afrontan un trance delicado, costoso y complicado para alcanzar
una solución satisfactoria, que debería ser pensada para beneficiar los
intereses generales de la ciudadanía y para materializar un proyecto político
que, teóricamente, va a tener la confianza de la mayoría o de una amplio
respaldo social.
El ombliguismo y
la endogamia no son buenos factores para acompasar este proceso. Los partidos
políticos no han sabido o no han podido dar con las teclas adecuadas para
encontrar una solución apropiada, a la altura de la supuesta madurez
democrática, incluida la suya propia, la que cabe colegir después tantos
ejercicios y de varias convocatorias. Se habla de procesos participativos y se
dice que hable la militancia pero algunos tímidos intentos, en esas primarias,
han devenido imperfectos y, lejos de alumbrar soluciones, han enrarecido, han
levantado mantos de preocupación y han oscurecido los horizontes, hasta el
punto de que los mismos integrantes de las organizaciones coinciden a la hora
de afirmar que las primarias las carga el diablo.
Se admite,
faltaría más, que en colectivos humanos amplios o numerosos es muy difícil
hallar soluciones. Las relaciones humanas -y más en política- son enrevesadas,
a veces inextricables. Predominan los recelos y los disensos. Entonces, qué
menos que aparezcan los resabios y las debilidades de la condición humana
cuando hay puestos en juego. Y con los puestos, hasta medios de vida o ingresos
estables durante un período de tiempo.
Pero reconociendo
tales condicionantes y las incomprensiones personales que también abundan, si
no se dispone de criterios objetivos sólidos para elaborar un proceso de
selección de candidatos constructivo y transparente -se diría que hasta
pedagógico-, con garantías para todos, electores y elegibles, por supuesto,
difícilmente se superará con holgura y sin traumas tan delicado trance. En ese
sentido, ¿sirven de algo las ponencias donde se dedica un extenso apartado a la
organización, al modelo de partido que se pretende? Entonces, los vicios hacen
acto de aparición y las dudas empiezan a germinar, injertados los descontentos.
Y ahí los partidos deberían ser conscientes de que, sociológicamente hablando,
está probado que la desunión es más castigada o penalizada que la corrupción.
Los electores desconfían de quienes se pelean o discuten desaforadamente en
público, sobre todo, en medios de comunicación. Y de quienes se presentan ante
la ciudadanía apelando a valores que luego no son capaces de mantener en corral
propio.
Hay que decirlo
pero mucho nos tememos que caiga en saco roto y que dentro de cuatro años se
vuelva a tropezar en la misma piedra: a ver si se aprende la lección, a ver si
se corrigen los desvíos y las imperfecciones porque si hay que cualificar la
democracia, los partidos deben ser los primeros en dar ejemplo, en arreglar sus
propias cuitas, en modernizar sus estatutos adaptándolos a las demandas de
participación. Insistimos, con vocación de pedagogía política. Eso contribuiría
a mitigar el desapego y a incorporar a gente que de verdad está interesada en
la política y ser útil a la sociedad antes que encontrar un cargo público
remunerado.
Si no, más de
ombliguismo y endogamia.
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