Creíamos haberlo visto todo en esto de inauguraciones o aperturas electoreras. Han puesto en marcha, con mayor o menor fanfarria, con placa o sin placa, con cinta o sin cinta, con cura o sin cura, desde un ascensor en un bloque de viviendas a un paso de peatones, por citar solo dos ejemplos de hechos insólitos que ponen a prueba hasta dónde llega la capacidad política para aprovechar y dejar sello.
Pero lo de La Guancha, días pasados, como que sobrepasa. De manera que el Cabildo Insular se empeñó en inaugurar una piscina cubierta cuya financiación corría a su cargo en la mayor medida, el 82%. La instalación estaba sin terminar pero daba igual: a inaugurar se ha dicho.
Pero el alcalde y el gobierno local no estaban por la labor. Se basaban, simplemente, en que la obra no estaba finalizada y se plantaron, o lo que es igual, no aparecieron mientras, según informaciones periodísticas, la pretendida inauguración "se transformó en un acto fallido de recepción de las obras". Las mismas informaciones recogen la versión del Cabildo (que sí, que las obras están acabadas y las de la calle adyacente también) y la del Ayuntamiento guanchero (que no, que no están finalizadas y las de la calle no han sido completadas).
Hay que imaginar y añadir los reproches recíprocos, claro, para hacernos una idea de lo que significan las prisas y los recelos políticos (o de los otros, vayan ustedes a saber), antes de que lleguen las limitaciones temporales de la norma publicitaria.
La estampa, qué quieren, con razones y sinrazón, no es nada edificante.
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