En
Venezuela se suceden los apagones. En Caracas, en ciudades de todo el
territorio, conviven a oscuras. Un país a oscuras, una revolución a
oscuras. Si a ello se añaden los fallos y los cortes en el
suministro de agua potable, aquello debe ser terrible. Las
consecuencias son imaginables, a partir precisamente de los
testimonios que llegan. E incalculables. En cierta ocasión dijimos
que Venezuela iba de crisis en crisis y esta de ahora pone a la
población al borde de la calamidad pública. Es fácil colegir que
está harta, que vive entre espasmos y carencias y que está
amenazada por el colapso.
Un
país con dos Parlamentos. Y sobre el papel, con dos presidentes.
Curioso, porque las primeras soluciones a los apagones por parte del
ejecutivo chavomadurista
consisten
en declarar días feriados o festivos. Como no hay luz, miles de
personas no se enteran de las determinaciones del régimen, acuden a
sus centros de trabajo y se encuentran con que no pueden acceder al
estar cerrados. Situación de tragicomedida.
Productividad
por los suelos, inflación por los cielos, inseguridad manifiesta,
prestación de servicios irregular no, lo siguiente, aislamiento,
desespero, impotencia... Venezuela se desangra, es un caos que duele
por razones que ya han sido explicadas muchas veces. Y como no hay
perspectivas de solución, la oscuridad de los apagones se acentúa.
Maduro y los
suyos deberían entender que están bajo mínimos, que no dan para
más, que no tienen credibilidad -salvo la lealtad entusiástica de
los incondicionales- y que el 'bravo pueblo' merece, tras tantas
penalidades, otra cosa.
Y es que
gobernar así, entre tinieblas y carencias, sin recursos básicos,
cada vez más aislados, sin mucho más que hipotecar, es un ejercicio
sencillamente imposible. La evidente fractura social, la crisis de
institucionalidad, la desazón desesperada de la sociedad, la
represión, las amenazas, los miedos... son las pruebas de un
revolución fracasada. Lo peor son las secuelas: levantar Venezuela,
simplemente tratar de recuperar la normalidad, es una tarea
gigantesca. Afrontarla en estas condiciones es un hecho que, sin luz
ni agua para empezar, parece inalcanzable.
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