Difícil
decir qué ha exhibido el ex presidente del Gobierno, José María
Aznar, con su declaración alusiva a una manifestación del
innombrable. ¿Músculo, ganas de confrontación, autoridad
exacerbada, poderío, soberbia, un alarde de chulería o mero fragor dialéctico
propio de la precampaña electoral? Difícil.
Salvo
dar pie a que se cumpla, una vez más, aquella frase acuñada, “en
la derecha todos se saben lo de todos”, las palabras de Aznar no
pasan inadvertidas. Va el innombrable y suelta que “la izquierda ha
llevado al rincón a la derechita cobarde”. El ex presidente se da
por aludido y replica: “A mí, mirándome a la cara, nadie me habla
de una derechita cobarde porque no me aguanta la mirada”. Uno,
minimizando a todo un espacio político. Otro, luciendo rostro de
pugilista sobrado.
En
fin, que no parecen modales muy edificantes los suyos. Cierto que,
conscientes de que la fragmentación del espacio y que tres luchando
por su conquista significa una contrariedad, hacen esfuerzos por
aglutinar, pero lucir esos arranques dialécticos, aparte de reflejar
algunos rasgos de la personalidad política, se presta a
interpretaciones que parecen no muy favorables, ni siquiera entre los
más fieles.
Aunque
luego se den un abrazo y pelillos a la mar hasta la próxima
colisión.Pero un poquito de humildad no vendría nada mal, ¿verdad?
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