El
candidato a la presidencia del Gobierno por el Partido Popular (PP),
Pablo Casado, tiene muchas ocurrencias. Una diaria, prácticamente.
Lo saben muchos conservadores que observan con desazón cómo baja la
cotización a medida que sus planteamientos cruzan los cielos
mediáticos, incluso los más cercanos ideológicamente. Pero bueno,
ya habrá tiempo para ajustar cuentas.
Sin
embargo, entre los dichos recientes de Casado hay uno que llama la
atención por su razonabilidad, aunque luego haya repartido a
siniestra para compensar. Pero hay que ponderar la coherencia cuando
es menester.
Se
descuelgan desde el partido innombrable con una insólita propuesta
en la convivencia social y democrática del país: autorizar la
tenencia de armas para legítima defensa. Entonces va Casado y dice
que esto no es el salvaje oeste, que la gente no debe ir con armas
por la calle o tenerlas en su casa. Le echa la correspondiente dosis
de demagogia, “lo que pretendo es subir el sueldo a la Guardia
Civil, Policía Nacional y al resto de cuerpos de seguridad”, pero
es tajante en su negativa y ello resulta plausible.
Porque
se supone que habrá valorado las consecuencias de esa infausta
iniciativa. ¿Armas? No, por favor. Ya conoció España la dialéctica
de los puños y las pistolas. Ya hubo demasiada represión. Ya
deberían estar superados los tiempos en que las libertades quedaban
proscritas, si fuera necesario, por las armas; y cuando quedó
comprobado que los disparos y los impactos, lejos de resolver,
complicaban y alimentaban las diferencias y los afanes de revancha.
El uso de armas es para dañar y destruir: que se lo digan a los
americanos y a esas otras sociedades donde su empleo indiscriminado
ha generado matanzas y catástrofes. No, esa cultura armamentista no.
Más importante que pegar tiros es leer un libro, asistir a un
espectáculo teatral o interpretar un cuadro.
Por
eso ha hecho bien Pablo Casado a quien hay que atribuirle el
beneficio de la duda: se supone que habrá dicho lo dicho para zanjar
cualquier tentación o para impedir que le sigan preguntando por tan
notable disparate proviniente del innombrable.
En
la proliferación de ocurrencias que va coleccionando en su recorrido
por la geografía preelectoral, esa oposición al derecho a ir armado
ha sido de lo más coherente.
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