En
los despachos, en las sedes de reuniones, hasta en las conversaciones
telefónicas o en las mensajerías móviles no habrán dicho
¡albricias! pero se habrá respirado con cierta satisfacción.
Después de tantas penurias y de tantas amarguras, no solo las
derivadas de la pandemia, las buenas noticias se han sucedido en un
breve lapso de tiempo. Duran poco, ya se sabe, y por eso hay que
saborearlas, máxime cuando siempre queda gente en el bando
adversario que no se conforma e incursiona algún ataque por otra vía
y en otro frente. Ley política, aunque no esté escrita.
Ejemplos:
el ministro de Sanidad, Salvador Illa, es ovacionado antes de empezar
su defensa del decreto que regula las características de la que
llaman desde hace meses nueva normalidad. Recuerda el episodio aquel
en que José Barrionuevo, ministro del Interior, en el primer
Gobierno de Felipe González, recibió el aplauso casi unánime del
Congreso de los Diputados. Tiene Illa un cierto aura de paciencia
benedictina, un tipo de bonachón, capaz de aguantar sin
descomponerse las más duras arremetidas de un rival político. Es
difícil de aceptar que algunos le reprocharan su condición de
filósofo, a quien conocimos cuando su etapa municipalista. La
intervención de Illa en la comisión de Sanidad y Consumo del
Congreso, ponderando las intervenciones, uno a uno, de los portavoces
ante los que debía explicar la evolución de la pandemia y rendir
cuentas, será recordada cuando se quiera hablar de ‘fair play’
político.
El
decreto, por cierto, fue aprobado con una amplia mayoría. El Partido
Popular (PP), sumándose a PSOE, Ciudadanos y PNV, votó a favor,
otra señal de reconsideración de estrategias anteriores que no les
debieron haber sido muy útiles. Pablo Casado señaló en el debate
que es partidario completar la disposición en su tramitación
parlamentaria “para que España salga de este problema cuanto
antes”. Sus propuestas relativas a la potenciación del sistema de
vigilancia del virus y a la Atención Primaria han sido recogidas.
Por si fuera poco, la Organización Mundial de la Salud (OMS)
felicita a España por controlar los rebrotes.
Las
negociaciones fueron durísimas y aparentaban que no habría acuerdo
pues la patronal CEOE apenas movió posiciones. Sin embargo, el
ejecutivo logró establecer una entente con empresarios y sindicatos
de modo que se alargan los instrumentos extraordinarios de suspensión
de empleo más allá de su plazo de caducidad señalado para el 30 de
junio. El
lado significativo del acuerdo: las
exenciones a las cotizaciones sociales de los empleados se expanden
de los ERTEs extraordinarios a los ERTEs ordinarios,
un punto clave para atraerse a los empresarios. Eso sí, esas
exenciones se gradúan y modulan.
Sobre el papel, paz social. En todas las modalidades de los
expedientes, se
restringen las posibilidades de hacer horas extraordinarias,
externalizaciones o contrataciones: no
se podrán hacer, y será una acción sancionable, mientras haya
trabajadores suspendidos, a menos que sea imposible para la empresa
cubrir sus necesidades con los empleados que están en el ERTE. Todo
se tendrá que examinar con la representación de los trabajadores en
la empresa. Además, el compromiso de mantenimiento de la plantilla.
En principio, paz social. Hasta el 30 de septiembre. Hay que congratularse.
Y
Nadia Calviño, la economista del estado, alta funcionaria de las
instituciones europeas, actual vicepresidente tercera del Gobierno y
ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, presentó
su candidatura a la presidencia del Eurogrupo que disputará a un
luxemburgués, Gramegna, y al irlandés Donohoe. Su padre, el abogado
José María Calviño Iglesias, director general de RTVE con el
Gobierno de Felipe González, se sentirá orgulloso, desde luego.
Confiemos en que salga airosa de esa liza. Un honor para España,
dice el presidente Sánchez.
En
fin, que son horas tranquilas para el Gobierno. ‘Good news’,
buenas noticias. El mejor clima, desde luego, para materializar los
avances en la Reconstrucción Social y Económica de España cuya
comisión parlamentaria ha sido abandonada por la representación
ultraderechista. Allá ella.
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