martes, 30 de junio de 2020

PALABRAS PARA PERDOMO


Un grupo de familiares y amigos homenajeó ayer tarde a Pedro Esteban Rodríguez Perdomo en la cruz de calle que contribuyó a instalar en la calle Peñón. Nos pidieron que dijéramos unas palabras. Son las que siguen.

Uno de los autores más brillantes del Siglo de Oro español, Francisco de Quevedo Villegas, condensó en una breve frase todo un elogio a la amistad y a su significado: “El árbol de la vida –escribió- es la vida de la comunicación con los amigos; el fruto, el descanso y la confianza en ellos”.

El pensamiento quevedesco inspira esta modesta convocatoria, tributo a Perdomo, una voluntad de sus amigos, allegados y familiares para perpetuar la amistad, incluso durante su ausencia. Aquí estamos, estimado Pedro Esteban –y permitan que nos dirijamos a su personalidad- solo con la voluntad de rememorarla, solo para expresar un testimonio sincero de arropamiento y de afecto, acaso como nunca lo hubiéramos hecho. Entre otras razones, porque en vida ni tú mismo lo hubieras consentido.

Estamos con el ánimo que caracterizaba nuestros saludos, nuestras relaciones y nuestras discusiones. También con el de convencernos de que te has ido porque muchos, en efecto, se resisten a creerlo. No estás pero aquí se quedó el aura de alguien que pasó por esta vida queriendo ser útil, emprendedor y amigo leal de quienes se sentían honrados con tu amistad.

Es verdad: le echamos de menos. En el quiosco de loterías de la plaza, en las cafeterías donde tomaba café o un dulce y en los restaurantes donde degustaba un pescado, una carne o una ensalada y participaba de la cuarta de vino, claro. Después, a ajustar la cuenta. Allí dejó una impronta, la que cultivó durante décadas hasta hacerse un personaje imprescindible de la calle portuense. Porque era, en efecto, un personaje popular, un contable profesional de la hostelería, un futbolero entendido, un cinéfilo empedernido durante décadas, un madridista de postín, un crítico permanente, un portuense estoico, un puntal de sus convicciones ideológicas progresistas y religiosas católicas.

Le debíamos este tributo. En un rincón urbano, además, a cuya ornamentación contribuyó con la colocación de esta simbólica cruz, en una conmemoración de la fiesta de la fundación de la ciudad. Entonces estaba el gran Manolo Álamo cuya cita, aquí y ahora, nos parece obligada. Álamo estaría encantado pues para eso discutió con Perdomo en numerosas ocasiones: de parentescos, de edades, de fechas, de portuenses en el exterior, de turismo y hasta de ciencias y artes, como si hubieran querido prolongar la existencia de aquel mal círculo de Iriarte, tan presente en las coplas populares que retrataban la convivencia de nuestro pueblo.
Y a esta convocatoria, sencilla, austera y sobria, acudimos, pesarosos por la pérdida y estimulados por su evocación. Pedro Esteban Rodríguez Perdomo, portuense nacido en 1945, fue para todos nosotros un hombre de pro, un pilar en el que apoyarnos cuando se necesitaba.

Reproduzcamos algunos rasgos biográficos que, en todo caso, ratifican sus aptitudes y su bonhomía:

Fue de los últimos soldados del cuartel de San Agustín, en La Orotava, desde donde pasó al comercio denominado Viuda de Yanes y luego al departamento de Administración y Contabilidad del hotel 'Las Vegas', en el que se mantuvo durante décadas. Luego incursionó con su amigo Francisco Reina en la iniciativa privada. Le gustaba cumplir con los compromisos que asumía y cuando accedió a la coordinación general de servicios de la empresa pública 'Pamarsa' no quebró ese principio. Hasta su jubilación.

Enamorado del fútbol de cantera, dedicó notables empeños en el infantil Puerto Cruz, en el juvenil Taoro y en el juvenil San Felipe, equipos con los que se identificó abiertamente. Colaboró también con Alberto Hernández Illada cuando éste presidió el C.D. Puerto Cruz, en su última etapa de esplendor. Era de los que ponía su coche a disposición del club para trasladar a jugadores y, más de una vez, a los directivos y aficionados.

Fue un superviviente de aquel infausto accidente automovilístico en la madrugada de un Viernes Santo, cuando el furgón que conducía José Antonio Peláez se dirigía, con otros jóvenes ocupantes, a la célebre procesión del Encuentro en La Orotava.

Trabó amistad con Gregorio Ávalos, aquel acuarelista precursor de The Beatles, que se afincó en el Puerto de la Cruz y vivió de cerca algunos partidos decisivos del primer representativo balompédico portuense y el célebre episodio del bicho en el barranco Godínez de Los Realejos.

La plaza del Charco, a qué negarlo, fue su habitat natural. Enemigo de las concentraciones, se retiraba discretamente o se ponía en un rincón inaccesible cuando se producía alguna de ellas, programada o espontánea. Esa plaza, médula espinal de lo portuense, fue el escenario de muchas de las discusiones que entabló y de los miles de chistes que memorizaba. Perdomo fue otro de aquellos habituales de las largas, larguísimas tertulias nocturnas que otro paisano singular, Gilberto Hernández Linares, tuteló, bajo los laureles y las palmeras, durante años y años.


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