Utilizamos
nuestros teléfonos más de ochenta y cinco veces al día y podemos
estar en línea unas veinticinco horas por semana, concluyen algunos
estudios sobre la incidencia de las tecnologías y las nuevas formas
de comunicar en el ámbito de las relaciones personales. Los cambios
son evidentes, con dispositivos cada vez más perfeccionados y más
aptos para hacer todas las funciones imaginables: los teléfonos son
extensiones de nosotros mismos y resultan indispensables para
desenvolverse socialmente.
Hay
quienes hablan de revolución en los hábitos o usos sociales, bien
es verdad que, según los estudios, hay una desventaja evidente:
pasamos demasiado tiempo mirando la pantalla cuando deberíamos
interactuar más con quienes nos rodean.
Las
tecnologías, además, avanzan de forma incontenible. Lo que hoy
parece el summum
dentro
de semanas o meses será superado. Vienen para ser asequibles y para
quedarse, lo que obliga a informarse constantemente y a reflexionar
sobre el empleo de las mismas de la forma más responsable.
Porque
llegan a todos los ámbitos, cambian las relaciones personales. Y en
ese sentido, hay que ser conscientes de las limitaciones, aunque
hablar de limitaciones, a estas alturas y en el inmenso universo de
las comunicaciones, pueda parecer contradictorio.
Por
ejemplo, el ámbito familiar. La estampa de los miembros de la unidad
familiar, cuatro o cinco, sentados a la mesa a la hora de almorzar,
todos manejando el dispositivo móvil, contestando mensajes o guasaps
o
siguiendo videos.
No
hablan, o no comen, o comen sin ritmo, todos pendientes de la
pantalla dichosa. Es evidente que se asiste a una escena extraña,
desequilibrada, que obliga a adoptar algunas medidas -no tienen por
que ser severas- para minimizar el uso de las tecnología en el
domicilio familiar.
De
los estudios aludidos se desprende que los más jóvenes “crean un
nuevo mundo social ajeno de sus progenitores que crea desconfianza y
hermetismo”. Claro, esto significa que es casi imposible obviar las
ventajas de una mejor comunicación con sus amistades. Pero lo peor
es que esta adicción a las nuevas -y no tan nuevas- tecnologías
están reemplazando la atención de los padres a sus hijos cada vez
más, o lo que es igual, empiezan a ser un recurso para contentar a
los más pequeños.
Y
no solo las relaciones familiares se ven afectadas. Las de pareja,
según los informes, son las que más han cambiado. Y no siempre para
bien, precisamente. Los datos son reveladores: la proporción de
personas que se conocieron por primera vez en línea se incrementó
más de un 80 %, lo que ha generado un aumento extraordinario en la
vida social de las personas, con sus ventajas e inconvenientes
añadidos.
Lo
dicho: los teléfonos son extensiones de nosotros y la interacción
con las personas es inconmensurable.
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