Hay
días en que durante el repaso a los análisis y a las cosas del
oficio la tendencia a la depresión sea una tendencia palpable. Hasta
cuatro o cinco veces hemos leído la expresión 'salvar el
periodismo'. Ya no es que esté mal: cuando el contagio se extiende
entre quienes nos dedicamos a esto, seguro que los males difícilmente
tienen cura y que las terapias apenas surten resultados. “El
periodismo se muere”, leemos en alguno de los textos leídos en
busca de alguna vía para superar la desazón. Hay que evitarlo,
desde luego.
Como
hay que evitar incurrir en el olvido. Vivimos un tiempo en que
desaparecen cabeceras, medios y programas. Empresas y editores que no
pudieron superar las adversidades y los reveses para seguir
compitiendo, para seguir llegando puntualmente a lectores y
seguidores. Terrible: en España, en las islas, hemos asistido a lo
largo de los últimos tiempos al cierre de títulos que ya eran
familiares, algunos de los cuales, incluso, llegaron a desempeñar
papeles destacados en algo tan serio como la conquista de las
libertades o la consolidación de la democracia o, simplemente, el
acercamiento de la realidad.
El
oficio periodístico, en efecto, ayudó a que crecieran las
democracias y enriqueció la historia cotidiana, la que, en algunos
casos, fue labrando en primera persona. O la que contribuyó a forjar
un nuevo ciclo social y político, impulsado con ilusión y
entusiasmo. Era un oficio anhelado: quizás no supo luego estar a la
altura o no correspondió a lo que se esperaba para que el cuerpo
social al que se dirigía encontrarse aliados fieles y confiables.
Una
prestigiosa universidad norteamericana, Carolina del Norte, ha
elaborado un estudio que describe el oscuro porvenir del oficio
periodístico, como que se titula 'El creciente desierto de las
noticias'. Cuando dejan de circular cabeceras con más de cien años
de historia, en efecto, parece que el periodismo fenece. No será
así, claro, mientras las información sea un producto y haya un
universo de consumidores manejado por poderosas compañías que lo
presentan cada vez con más alarde de espectáculo.
El
periodismo se muere pero hay que evitarlo. Con vocación, con las
virtudes intrínsecas desplegadas, con una praxis rigurosa, con un
compromiso ético que obligue a su renovación en cada crónica, en
cada columna, en cada editorial. Cierto que los poderosos intereses
económicos y financieros maniatan los valores romanticistas pero hay
que resistir para ejercer, además, con dignidad. Por ello, salvar
el planeta, de sus males, catástrofes conflictos bélicos y malos
gobiernos, está muy bien. Mashabrá que incluir el periodismo entre
los objetos de salvación, porque es de todos y porque sigue siendo
esencial para enterarnos de saber qué pasa y qué es lo que quieren
hacer con los mortales. Antes escribimos que hay que evitar el olvido
al que algunos se empeñan en querer condenar. No es justo ese
borrado de la memoria cuando cierra un medio o desaparece un espacio.
Cierto que será muy difícil evitarlo pero sí que se haga acreedor
de trabajar y luchar para que se olvide. Y porque cuesta aceptar que
haya una sociedad sin medios, como si eso fuera una conqusia plena de
libertades.
Y
no se trata de desembocar en un periodismo de contenidos
historicistas o nostálgicos sino de refrescar y reactivar que ese
oficio, para el que aún hay un latido vocacional, no puede rendirse
de su misión universal en la convivencia democrática. La misión
tiene ahora un nuevo objetivo: sortear el olvido, evitarlo. Si no lo
hacen los propios periodistas, ¿quiénes?
2 comentarios:
cuánta razón tienes. hoy más que nunca hace falta un buen periodismo que ayude a entender el convulso mundo en que vivimos
Uno de los pilares de nuestro régimen de libertades, es la prensa...nos va mucho a todos...en la batalla por su supervivencia...
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