Hasta
ayer al mediodía no supimos del fallecimiento de Antonio Padilla
López-Ruiz, farmacéutico del Puerto de la Cruz, inspector-jefe de
la Sanidad Municipal durante muchos años, hasta su jubilación. Y
eso que Juan Cruz Ruiz, amigo común, escribió un sentido obituario
en el que relata parte de su biografía y sus preferencias.
(Preocupa,
en un pueblo donde las noticias de las pérdidas circulan con
prontitud y rapidez, que nos hayamos enterado tan tarde. Se ve que
los circuitos habituales han fallado y que la pandemia también haya
acabado con usos y costumbres que han caracterizado el
desenvolvimiento de una sociedad que siempre tuvo un pronto de
transmisión de este tipo de información, de manera que no fue
posible despedirse –como había que hacerlo- de Julia, su esposa,
de sus hijos y demás familiares).
La
primera cualidad de Antonio que habría que destacar era la de un
observador atento que le permitía empatizar con cualquiera de sus
interlocutores. Y conversar con mucha propiedad y con conocimiento de
causa. Porque era, además, un hombre bien informado: tenía tiempo
para procesar los boletines radiofónicos, las tertulias televisivas
y las páginas de los diarios cuyo pluralismo de enfoques o
tratamientos le permitía opinar con aplomo y seguridad. Cuando
discrepaba o le llevaban la contraria, decía siempre las palabras
justas para mantener la posición.
Así,
se hicieron célebres las pausas matinales en el trabajo, alrededor
del antiguo Chimisay, o del hotel del mismo nombre, solo o cortado,
donde igual se comentaba el triunfo del Madrid en un partido de Copa
de Europa que el debate televisivo en que el Josep Borrell apabullaba
dialécticamente a sus adversarios. En ellas participaba también
Rafael Abreu González que años después se convertiría en
venerable centenario. Y hasta Agustín González, actual vicedirector
de
Diario de Avisos,
a quien el azar obsequió con una colaborador de lujo, Luis Padilla,
uno de los hijos, cuando hizo en el Ayuntamiento la desaparecida
Prestación Social Sustitutoria (PSS), antes de dedicarse de lleno al
ejercicio de la profesión.
Allí
se hablaba de esas cosas y de los acontecimientos locales,
fallecimientos de conocidos incluidos.
Padilla
se ocupaba de las analíticas hidrológicas, en las playas y en la
red de abastecimiento patra consumo público, de las campañas de
vacunación, de los dispositivos para desinsectar, del seguimiento y
de los controles y hasta del mantenimiento en aquellos lugares donde
procedía. Allí tuvo al fiel Andrés Hernández García como
diligente colaborador y promotor de iniciativas que propiciaron la
concesión de las Banderas Azules y las Escobas de Oro. También tuvo
un papel destacado en el proceso de tramitación del ciclo integral
del agua.
Era
un amante del arte y de la actividad cultural. Coincidimos en varias
exposiciones, en el Puerto y en Santa Cruz. Y hasta creemos recordar
que en la intervención de Mario Benedetti en el sur. Su casa, en La
Vera, reúne una valiosa colección artística. Algunos domingos por
la tarde coincidimos allí para seguir los partidos de fútbol que
ofrecían por Canal+.
Antonio
Padilla, Toñín o Tata, como coloquialmente era conocido, fue
también un constante aficionado al deporte y apoyaba con su
presencia en las canchas de Anaga o del Luther King, Náutico y
Canarias.
En
definitiva, un observador meticuloso, un intérprete de la realidad
con vocación de estar permanentemente informado y un conversador
ecuánime cuyas opiniones siempre eran tenidas en cuenta. Tuvo oportunidad de esparcirlas en ámbitos empresariales (consejos de administración) vinculados a la industria farmacéutica y turística.
Supimos
de su fallecimiento días después. Claro que nos hubiera gustado
acompañarle y a sus familiares. Su recuerdo y su quehacer siempre
serán recordados.
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