“Dicen
que el tiempo guarda en las bastillas
las
cosas que el hombre olvidó
lo
que nadie escribió,
aquello
que la historia presintió
y
vuelan las gaviotas a la tierra,
trayendo
la vida que han robado al mar...”.
Sirvan
estos versos del cantautor y poeta chileno Fernando Ubiergo para
acercarnos al tributo que Zoilo Lobo quiere rendir a los años 70
del pasado siglo, una de las épocas doradas del Puerto de la Cruz.
Zoilo, que en realidad no se apellida así, sino que ha fusionado las
primeras sílabas de López y Bonilla, fue sujeto activo entonces,
cuando los efluvios de París del 68 se entremezclaban con las
suecas, con las extranjeras en general, que, con más desenfado y
mayor osadía, venían en busca de bondades climáticas y de la
diversión que intuían desde la distancia y hallarían en un punto
alejado del Atlántico donde la calidez, la nobleza de la gente y la
tolerancia en pleno franquismo habían propiciado un paraíso idóneo
para vacaciones o lo que fuese.
Sujeto
activo, en este caso, de un estilo de vida más bien desordenado y
alternativo que privilegia el arte y la cultura por encima de los
convencionalismos sociales, surgido si se quiere como reacción hacia
los valores o intereses de la sociedad burguesa y atribuido
generalmente a artistas y escritores, Zoilo Lobo se dio a la bohemia,
sí, llevó este estilo de vida. Creativo, rebelde, sensible,
inconformista, excéntrico, indiferente o ubicado al margen de las
convenciones sociales, optó por una vida laboralmente irregular y
afectivamente liberal, sin ataduras, interesado en el cultivo del
alma a través del arte, en este caso fotográfico que, además,
estaba ahí, en la calle, al alcance, en cualquier paso, en cualquier
contemplación del cosmopolitismo que ya entonces lucía la ciudad,
bien ganada su condición de turística.
Fue
el Puerto de entonces, era, el lugar de la animación y del bullicio
por antonomasia, al menos en la isla. Se llegó a decir, emulando uno
los atributos de New York, solo que salvando las distancias, la
ciudad que nunca dormía, tal era, en efecto, su animada vida
nocturna. En ese ‘Puerto Cruz la nuit’ tan especial, la pieza que
completaba aquel desenvolvimiento casi idílico, en el que no se
perdieron del todo las señas costumbristas e identitarias, Zoilo
dejó un sello gráfico que hemos de agradecer.
Porque
la historia de esa época está aún por escribir, o se ha escrito
parcialmente, todo lo más con crónicas volanderas, comentarios
interpretativos y reportajes que, a pesar de todo, sobrepasaron la
actualidad hasta convertirse en referencias o soportes válidos para
conocer cómo éramos, quiénes éramos, cuál era el ambiente que
creamos y en el que convivíamos. Cuando éramos felices así y no lo
sabíamos.
Menos
mal que Zoilo Lobo, cuando ya la década declinaba, se la llevó a
Barcelona, a un nuevo hogar, a una nueva vida, a un nuevo rumbo que
dio con la licenciatura en Bellas Artes y Grado en Historia del Arte
por la Universidad de Barcelona. Se llevó cantidad de negativos y
revelados en blanco y negro que plasman personajes, arquetipos,
adelantados a su tiempo, gestualidad, estilos, modas, estrafalarios,
atrevidos… estampas, en fin, de los eventos consuetudinarios que
acontecen en la rúe –fue entonces cuando muchos descubrieron al
poeta universal, don Antonio Machado- y de aquel mundo que se
descubría sobre la marcha y de las innovaciones, de aquella
simbiosis diaria en la que nativos y visitantes coexistían
respetándose, en la que nadie se sentía extraño y en la que casi
todo era posible porque no faltaba de nada.
Durante
décadas conservó, sin gran alarde clasificatorio o archivístico,
aquellos testimonios gráficos, sin saber que un día habría unos
espectaculares saltos tecnológicos e irrumpirían las redes sociales
como fenómeno que habría de cambiar para siempre la velocidad y el
alcance de la comunicación. Cuando llegó ese día, seguro que con
profundo sabor nostálgico, Zoilo se convirtió en un narrador
visual, esto es, una persona que, en una red social, comparte
imágenes y videos las cuales generan interacciones. Si lo que se
quiere es una imagen narrativa, la expresión del personaje, la
acción y la sensación deberán estar presentes. Cuando se pretende
que la ilustración se transforme en otra forma de escritura, se
puede hacer teniendo en cuenta la expresión de los personajes, la
acción que realizan, los sentimientos o sensaciones que transmiten
los personajes o la escena en el lector y hasta la composición
creativa.
Al
autor de estas treinta y cinco fotografías, independientemente del
rulo o bucle que puede seguirse en la pantalla y que nos da idea de
la cantidad y calidad de su trabajo, imbuido de esa condición de
narrador visual, con arreglo a los requisitos que hemos mencionado,
le dio por insertar en una red social, facebook,
parte
de una serie que parece inacabable, pletórica de vitalidad y de
diversidad. Los años dorados de la ciudad. Y a partir de entonces,
el Puerto redivivo. El que gusta de forma perenne y que necesita de
estos estímulos gráficos y el que atrae a quienes, más jóvenes,
vivieron otros momentos, acaso igual de gozosos y hasta más
desenfrenados pero, desde luego, menos originales y menos
bullangueros y ajetreados.
Por
eso ha habido una reacción tan favorable, tantos usuarios encantados
con las inserciones que se contemplan con nostalgia pero con
fruición, con curiosidad y con ánimo del presentimiento histórico
que verseara el chileno Ubiergo porque las gaviotas, permitan la
licencia, siguen volando a la tierra trayendo la vida que han robado
al mar.
Hoy
nos damos cuenta del valor de aquel joven vanguardista de los sesenta
y los setenta, años que homenajea, cuando, siempre con máquinas
fotográficas al hombro o colgando del cuello, bien vestido, lucía
ropa de marca con elegancia. Fue de los primeros que combinó
chaqueta o americana con vaqueros o bluyines. Frecuentaba ambientes
juveniles, estudiantiles y sociales que se ponían de moda
simplemente con una canción o alguna vestimenta modernista. En San
Telmo y Colón, en El Peñón o en el muelle, sobre todo, al
mediodía, por la tarde y por las noches. Su recordado y malogrado
hermano Pepe, con mucha sensibilidad musical y cinematográfica, fue
auxiliar de notaría.
Varios
días, semanas ya, de una narración visual; para los portuenses
extraordinaria, de verdad. Con fotos de amigos, de rostros, de
reuniones, sueños de otrora, de acontecimientos lúdicos… Los
usuarios locales de facebook
han estado encantados. Muchas
veces me pediste que te contara esos años, tituló
Juan Cruz Ruiz una de las mejores entregas de su fértil memoria. Fue
una época que merecía quedar plasmada. Por eso hay que agradecerle
a Zoilo López Bonilla dos cosas: una, que haya conservado fotos y
negativos; y otra, que haya decidido darlos a conocer en esta época
de comunicación digital e instantánea, cuando unos rememoran, otros
reviven y los portuenses ya tienen una rica fuente a la que acudir
para entender cómo fue una ciudad en su época de un inusual
esplendor.
Sus
decisiones han impulsado el retrato de una época. Porque esta es la
memoria gráfica de un Puerto de la Cruz en la que no podía faltar
un momento de su Carnaval sano y sandunguero, en cierto modo anticipo
de las cabalgatas del orgullo cuando no se habían inventado y ya la
sensibilidad gay se palpaba con miramiento y con valentía a la vez.
Era cuando Pepito ‘el de las flores’ se ganaba la vida
vendiéndolas en la calle mientras doña Pepa, tu madre, se recreaba
con su arte. Y cuando un mago portuense lucía su porte en la romería
mientras cualquier sitio de la avenida Colón, junto a la brisa
atlántica, era bueno para el descanso, no importa que la pose de
sirenita sea la de un joven de barrio o si Tato Perera exhibe cara de
James Dean en La Playita en tanto Leocadio Perdigón y Pedro Garhel
salen de los baños, ya desaparecidos, de la plaza Urquinoaona en
Barcelona. Sale a buscarles Julio González García, Julito, el niño
grande del Puerto según le definieran en una red social, la bondad
plasmada en aquel rostro que delataba algo más que un síndrome de
Down.
Era
la ciudad de genios como Pepe Ozores, el gallego de socio en
‘Paprika’ pero que había heredado título nobiliario de marqués;
y como Imeldo Bello, que sabía amenizar las fiestas de César
Manrique después de que agotara el tiempo en el taller engendrando
arte.
Después,
el grupo generacional, Baixas, Lelo, Paco Pérez, Rafa y Frosterus,
que pareciera una línea delantera de las que se memorizaban
entonces. Pero preferían degustar, allí en la vieja casa de la
esquina de Puerto Viejo a Pérez Zamora, las comidas que ellos mismos
hacían antes de escuchar música e improvisar canciones.
La
parte final de la colección es, si nos permiten, de ahora mismo,
aunque algunos ya no estén entre nosotros. Zoilo nos devuelve a
Momo, a Mario, a Antonio Serrano ‘el mejicano’, a Polo, a su
hermano Pepe, doblado por alguna razón, a Luis Espinosa, a Vicente,
a Sebastián, mejor dicho, ‘el chileno’, padre del actual
alcalde, esperando desde un ventanal de la Casa de la Aduana la
llegada de la Virgen al muelle.
Hasta
que la noche del 3 de abril de 1979, cuando la democracia vino al
pueblo para quedarse, el autor captó el saludo y el gesto de dos
caballeros de la política: Paco Afonso, ganador de aquellos
comicios; y Celestino Padrón, su adversario, que había sido su
profesor y por eso le saludaba y felicitaba de forma efusiva, dejando
para la memoria una prueba de cómo había que conducirse en
democracia desde entonces.
Allí
se acababa la bohemia de Zoilo Lobo. Al menos, la que había
encarnado en el Puerto de la Cruz. Emprendía la ruta de Barcelona y
hasta allí se llevaba un bagaje personal que le animó a cursar
estudios universitarios de Historia del Arte. Y cargó también con
las fotos y los negativos de una ciudad y de una etapa irrepetibles.
Fotos y negativos que han hecho trayecto de ida y vuelta. No
importaba que durante aquella década la economía se estancara y que
se rompiera el sistema monetario que regía desde la Segunda Guerra
Mundial; ni que los países productores de petróleo declarasen un
boicot a quienes habían apoyado a Israel en la guerra de Yom Kippur;
ni que el precio del petróleo se multiplicara por cuatro ni que la
inflación llegara a extremos disparatados.
Zoilo
y su generación salieron de la crisis para emprender rumbos que, se
supone, nos acercaban a la modernidad y al progreso. Decía el poeta
que en las bastillas guarda el tiempo unas semillas. Hoy ya sabemos
cómo germinan las semillas gráficas de la historia. Suerte que el
autor no olvidó las cosas que conservó aunque nadie las escribiera.
Ahora han hablado.
1 comentario:
Excelente comentarios Salva. Lo he leído con emoción, pues tengo almacenadas en mi casa un importante número de la foto realizadas por Zoilo. Lamento mucho que por razones de salud no haya podido asistir a la inauguración.Enhorabuena al fotógrafo y a ti por tu magnífica presentación.Un abrazo a ambos.
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