Mañana, una censura más en
la historia del municipalismo canario desde que se instauró la
democracia. Turno para Santa Cruz de Tenerife, que se estrena en
estos menesteres con antecedentes preñados de la tensión propia de
estos casos y que han tenido como marco preferente las redes
sociales.
No podrá decirse que haya
sido un año perdido el primero del mandato. Ni siquiera para los
censurantes, que vuelven por donde solían. Y tampoco para el edil
dimisionario en Santander, origen del trance. La censurada y su
equipo tienen relato y bagaje, a ver cómo lo administran a partir de
ahora.
La población, aún atenazada
por las incertidumbres de la pandemia, ha asistido sin grandes
expectativas a los preliminares de la censura. Ni siquiera se ha
sentido animada por el entusiasmo que han puesto algunos medios de
comunicación que en estos trances parecen oler la sangre y ya
aguardan la traca final. A la ciudadanía le brindan en bandeja que
todos los políticos son iguales y que la voracidad de poder es lo
que les caracteriza, así tengan que saltarse códigos éticos y
pactos que releerán a posteriori. Si no respetan lo que ellos mismos
han acordado y firmado…
La capital tinerfeña se
prepara para vivir un episodio que, si no hay sorpresas inesperadas,
modificará en pleno verano el mapa político. Para unos, volver a
empezar. Para otros, empieza la travesía. Y para los santacruceros,
la experiencia de contrastar los juegos de poder que siempre dejan
heridas y secuelas.
El problema es que ya ni las
mayorías absolutas sirven cómo antídoto. Miren el caso de Arona.
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