El
historiador Eduardo Zalba pone el alma en todo lo que hace y por eso
un acto sencillo y austero como el que concibió para conmemorar el
vigesimoquinto aniversario del Ciclo de Historia Local que promovió
el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), en
colaboración con el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, resultó
ameno e interesante, una plétora de evocaciones y una sucesión de
retos para seguir emprendiendo desde el punto de vista cultural y
cualificar la oferta del municipio en ese ámbito.
A
Zalba se le ocurrió hacer un ejercicio de memoria sobre el citado
ciclo, ahora que cumplía un cuarto de siglo, y para ello convocó a
los intervinientes/conferenciantes que ofrecieron el fruto de sus
investigaciones en distintos espacios como el salón noble del
Ayuntamiento o la sede del Museo Eduardo Westerdahl en la Antigua
Casa de la Real Aduana, acariciada casi siempre por la brisa
atlántica. Faltaron algunos y los que disculparon su ausencia tuvieron a
bien enviar un video o hacer una grabación para completar una serie
de testimonios que, junto a los emitidos presencialmente, dieron
contenido a un acto relevante, de esos que se agradece haber
asistido.
Fue
en la sala ‘Andrómeda’, del complejo turístico ‘Costa
Martiánez, dispuesto para cumplir las indicaciones administrativas
vigentes y para acoger a quienes andan interesados en la historia
local, dejando constancia de lo que sucedía pues, salvo de una
edición, no se conservan grabaciones audiovisuales de una iniciativa
que ha posibilitado conocer hechos, episodios, personajes y relatos
de estudiosos que se acercaron a la historia del Puerto atraídos por
la singularidad de su conformación, las características de sus
costas, la evolución de sus actividades productivas y sociales o el
por qué de decisiones que resultaron determinantes en el decurso del
pequeño pueblo que gana la autonomía de La Orotava, hace de su
agricultura y de la pesca sus afanes más laboriosos, consolida su
vocación marítima, atrae a las ideas y a los ilustrados así como a
los pioneros del turismo hasta que después de los conflictos bélicos
del pasado siglo labró su indeclinable vocación turística para
forjar un pequeña industria que cultivó y exportó valores, modelos
y recursos, enseñoreándose con todo fundamento durante muchos años
en los que encabezó el concierto de los municipios turísticos.
Allí
estaba el infatigable Manuel Rodríguez Mesa, en butaca de primera
fila, todo un ejemplo para quienes se han ocupado de rescatar las
esencias. Y estaban muchos que le acompañaron en los menesteres
historicistas o historiográficos del ciclo. Un elenco de postín,
sin exagerar, cuya contribución a estudiar y conocer nuestro pasado
es relevante.
Los
portuenses no hemos sido muy cuidadosos con nuestra historia, con
nuestro acervo. Reconozcámoslo. Por eso, cualquier acercamiento a su
estudio, cuidado y difusión debe ser valorado. Esa falta de
sensibilidad debe ser revisada de inmediato. Los pueblos han de
conocer cómo surgieron y cómo y por qué llegaron hasta nuestros
días. Se agradecen, en ese sentido, la dedicación y las iniciativas
que permitan la accesibilidad a los contenidos de nuestros tiempos
pretéritos, algunas de las cuales anticipó, grosso modo, el
alcalde, Marco Antonio González Mesa a quien Eduardo Zalba reservó
para el final, con el fin de arrancarle los compromisos que, al
ejercer competencias en materia cultural, está obligado a asumir y
cumplir. Emplazado quedó. Para enriquecer, además, sus esquemas de
identidad portuense.
Tan
solo por contar entre sus hijos a los ‘agustines’, Bethencourt
Molina y Álvarez Rixo, la historia del municipio ya merece un
tratamiento y un desempeño más destacados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario